miércoles, abril 05, 2006
Yo
En Madrid, Biblioteca Nacional (nacional o importación, decía al estanquera de Fellini) veo los grabados de Rembrandt, los pequeños autorretratos a los que la organización ha hecho acompañar una lupa. Con una lupa, cuento los pelos de Rembrandt, salvo los que oculta debajo del gorro. Una gran colección de gorros. El protestantismo es parco en todo, salvo en gorros.
Hay un grabado que se titula la casa del pesador de oro, y sin embrago es un paisaje con una torre de Iglesia, y unas granjas, y no es posible determinar cual debe ser la casa del pesador de oro, a quien cabe imaginar como otro hombre con gorro y una pequeña balanza, un tipo satisfecho que se ha puesto los ropajes para posar, como esos buenos burgueses de Amberes, de Amsterdam, que retrata Rembrandt.
A la entrada, junto a los pequeños autorretrato, hay también un grabado de los felices tiempos con Saskia, con ese vaso larguísimo que sostiene sonriente el maestro, vuelto hacia nosostros. Ese tiempo feliz, como acontece, debió ser muy breve. Luego vino la quiebra, los malos tiempos, la muerte. Pero hasta entonces ese es él, el del retrato, brindando sonriente. Es decir, ese soy YO, nos dice.
El yo: esa cosa pasajera, ese síntoma, como la fiebre que va y viene. El peso del yo, que se va esfumado en el tiempo. El polvillo del yo en la pequeña balanza,en el platillo casi vacío del pesador de oro.
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