martes, agosto 22, 2006

Piratas


Fui con mi hijo a ver Piratas del Caribe, 2ª parte: un enorme despliegue de medios, una sucesión de peripecias, persecuciones, peleas, apariciones y sorpresas al servicio de nada. No hay historia. No hay valores en pugna. No hay personajes. Todo es enrevesado, traído por los pelos, caricaturesco. Por supuesto hay patas de palo, loros, e islas desiertas, pero es igual, lo mismo podía haber naves espaciales y perros lanudos, porque esos elementos son puro decorado, clisés que no están al servicio de una buena historia que nos llegue adentro. Una pena. Los piratas son un género mayor, el de John Silver bebiendo ron camino de la Isla del tesoro, el del cine de rebelión a bordo y el motín de la Bounty, el de los viejos piratas que corren en Tahití tras las complacientes nativas. Un género que navega por un mar donde los balleneros persiguen a Moby Dick y donde los navíos se baten con astucia. Generaciones de niños han gozado con estas historias, han intuido el reto de la vida en la metáfora del mar abierto, han soñado con desplegar las velas y salir al mundo a la busca de aventuras, se han identificado con un personaje romántico, rebelde y finalmente noble del pirata. Todo esto ha dado paso al gran espectáculo, al no va más de los efectos especiales y los kilos de maquillaje, a los inevitables monstruos marinos y los zombis deformes. Miré a la gente a la salida del cine: estaba aturdida, noqueada a causa de escenas trepidantes y del bombardeo de estímulos. Nuestro sino es haber construido un mundo de objetos, imágenes y propuestas cada vez más excesivas para intentar impactar a un espectador que, como un drogadicto, pide más y todo le sabe cada vez a menos. Entre las muchas crisis que nos aquejan, una de las más preocupantes es la falta de imaginación. Faltan buenas historias, faltan guionistas, falta talento. Marchando, cantaba Serrat, una de piratas. Pero de las de antes, please.

(Publicado en DN 21-VIII-06)

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