domingo, agosto 06, 2006

Tierra a la vista


Para salir un poco del agua en estos días he leído ¡Tierra, Tierra!, memorias del escritor húngaro Sándor Márai,o segunda parte de su memorias, que se centran en el final de la 2ª guerra mundial y la llegada de los rusos -esa fuerza biológica en movimiento- al país. Puede que hoy en día prefiramos las memorias, el relato de la realidad a la pura ficción porque la ficción, por decirlo de alguna forma, ya no resulte creíble, y justamente lo real haya ocupado ya todo el campo de la imaginación. Aquí Marai es un escritor de carne y hueso que camina consternado por los cafés de Buda retratando la brutalidad dominante, la soberbia mentira comunista, la humillación del ciudadano y el fin de la vida libre, y por ende de la posibilidad de escribir o incluso callar impunemente. Lo que en tiempos llamábamos un auténtico reaccionario.
Marai apunta alto, se mide con el tiempo y con el Tiempo, retrata un momento y hace del momento una especie de vaticinio, un drama real y una enseñanza. En todo caso, hay alguna palabra recurrentes, algunos hitos, algunas apuestas alrededor de las cuales se levanta Tierra, Tierra. (La reivindiccaión de la burguesía, el valor de los libros, o el mismo idioma húngaro, finalmente la única patria posible para él, ese viejo idioma magiar de origen uralo-altaico, sea lo que esto sea.) Otra de esas palabras- clave es humanismo. Sí, huamnismo. Estuvo de moda hace tiempo, ¿alguien se acuerda? El existencialismo, se dijo, también era un humanismo. El asunto es que después de la experiencia de los nazis, y cuando parece que las cosas van de guate mala a guate peor, cuando el comunismo se cierne sobre Hungría y cien millones más de personas de Europa del Este, ante la indiferencia del resto de la Europa occidental, Marai, aún con cierto pudor, aún de pasada, habla del humanismo, lo reivindica, lo añora. ¿Qué es el humanismo? (O tal vez convenga decir ¿qué era el humanismo?)Marai, también con cierta vacilación, viene a responder que el viejo humanismo es una tradición específicamente europea (se nos ha olvidado ya, pero Europa era una promesa, un destino valioso hace unas décadas), que se puede resumir en la idea de que el hombre es la medida de todas las cosas, que no puede pasarse por alto, a la hora de conducir la sociedad, de dominar la realidad, de llevar a cabo proyectos y acciones, supuestamente en su beneficio, sedicentemente en pro de su liberacion, (no me liberen, por favor, podría ser un clamor que recorre la historia) al hombre concreto. ¡Qué extraordinaria menudencia!, podríamos decir. Nada menos que el destino, el sufrimiento, los ridículos o valiosos desos del hombre concreto. Contar con el individuo. Hacer las cosas respetando el derecho y la opinión del hombre concreto. O lo que sería lo primero: escucharle. Tal vez los escritores sirvan para algo así: para recoger la palabra del hombre concreto. Pero los escritores y sus escritos, en esta época, ya valen muy poco, como explica también Marai en este libro. Como hombre concreto, Marai se escapó de la tupida tela de araña tejida en su país, que todo lo iba axfisiando. Su libros estuvieron prohibidos en su patria todo el resto de su vida. Se fue. Abandonó. Prefiero que me coman los gusanos, a comer yo los gusanos, dijo. Había nacido el año 1900, como cierto siglo terrible. Se suicidó en 1989, unos meses antes de que cayera el muro, que es donde se despeñó ya ese mismo siglo. Años antes él ya gritó, ¡Tierra!

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