miércoles, julio 02, 2014

Secesión



Matías Múgica ha participado en un  libro sobre la secesión de Euskadi : ("La secesión de España. Bases para un debate sobre el Pais Vasco”. Taurus 2014), coordinado por el siempre brillante Ruiz Soroa, quien propone tomar la palabra a los desafíos del nacionalismo y ponerles en el brete de tener que definirse de una vez, legislando la posibilidad de secesión mediante un proceso pactado, una pregunta clara y sin posibilidad de volver  a las andadas en al menos 20 años. El asunto es discutible, pero no  aquí, porque de momento prefiero referirme al ensayo que cierra el libro, donde Matías expone la situación lingüística que vivimos y auspicia lo que podría ocurrir en un futuro de independencia para el País Vasco. Nada bueno, concluye,  ni para los ciudadanos que estimen  su libertad, puesto que la coacción se intensificaría,  ni para el propio euskera, a quien la obsesión nacionalista  enfrenta a la sociedad abierta en una batalla difícil de librar. En el mejor de los caso, para Múgica, la independencia permitiría cambiar libertad por euskera y eso a costa de intensificar la intervención en la vida de los ciudadanos, más allá de lo que ya se ha hecho hasta la fecha, es decir, la cuasi eliminación  del español en la enseñanza pública, la discriminación para el acceso a los puestos en la administración, la red de limitaciones y premios que acompañan al uso de la lengua según convenga al poder; además de todo  eso, que ya se hace sin rubor, la independencia permitiría utilizar nuevos medios para salvar como fuera al euskera, lo que hace abrigar los peores presagios.

 Pero quizás lo mejor del trabajo de Múgica, lo que  aporte la diferencia con otros sobre el asunto, sea que  además de un examen  crítico de lo que la política lingüística supone en el ámbito social, externo, dedica su atención a los aspectos internos a la lengua podemos decir, desde su conversión en una especie de neolengua al ser trasplantada allí donde no se habla, y utilizada  en la escuela, donde ni profesores ni alumnos la tienen como lengua materna, como su explicación acerca de la  propia aptitud comunicativa de la lengua vasca, la eficacia y el interés que tiene, más allá de la presión o coacción publica, su uso por el hablante concreto.  Aquí habría que sumar  la impericia comunicativa del neohablante  -los ímprobos esfuerzos que advertimos en algunos- junto, y esto no se suele explicar,  las propias limitaciones del euskera como instrumento lingüístico, que afectan también a los hablantes más competentes. Citando, por si acaso,  a Iban Sarasola, señala que "el euskera no es todavía una lengua de cultura cómoda y a la hora de hablar de ciertos temas cuesta verdaderamente mucho trabajo" y que en  realidad, como se viene a quejar   algún vascoparlante, “en cuanto nos relajemos, podemos caemos en el feo vicio de hablar español”.

Este infradesarrollo de la lengua, cuyas causas llevarían lejos, tiene también, según denuncia Múgica,  relación directa con el narcisismo identitario de los nacionalistas, que ven en la lengua un icono y no un instrumento, y consideran más importante que  sirva para apelar a una diferencia con el vecino, a que sea útil. El propio nacionalismo no le hace favor al euskera, y en el pecado lleva la penitencia. Frente a la hipocresía reinante, la falta de valor para hablar claro, la insensibilidad con la que se deja hacer sin que muchos, celosos de cualquier injusticia, clamen contra esta,  el ensayo de Múgica es demoledor. En algún momento sus citas al pie despistan un poco pero a cambio -como todo excurso- tienen su aquel. Un ensayo magnífico dentro de un libro que no debiera pasar desapercibido.

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