Un tanto desvaído por la competencia del calor y las fiestas de los pueblos, el cuadripartito ha hecho balance tras un año de gobierno, con la inevitable autocomplacencia de estas ocasiones, felicitándose por la labor realizada y haciendo votos por seguir muchos años en el cargo. El consejero Laparra, por ejemplo, ha dicho doctoralmente que prevé una hegemonía progresista para los próximo 30-40 años, así que si no queremos pasar por reaccionarios tendremos que aguantarnos. En realidad este año ha sido bastante irrelevante. Los impuestos han subido y en las fiestas la gente participa más que nunca, no se sabe si para celebrarlo o para olvidar. Por lo demás, lo de siempre. Aquí toda política tiende siempre a acentuar lo colectivo, lo propio, aquello que tiene que ver con la tradición y la historia, y esto vale para todos, a derecha e izquierda. Nadie discute nuestras peculiaridades, nadie se atreve a reformar la Administración ni la partida de subvenciones, aunque cambien los destinatarios. Si antes teníamos una política donde el sujeto era Navarra, ahora tenemos otra que tiende a un sujeto colectivo distinto, un programa máximo que lo impregna todo, como si tuviéramos que encontrar una esencia perdida y a eso dedicáramos el tiempo. Yo no sé muy bien hacia dónde irá este gobierno, oigo que insiste que quiere gobernar para todos, como si en realidad supiese que esa es su piedra en el zapato. Me fastidia que se pierda tanto tiempo para que algunos caigan en cuenta de obviedades. Por ejemplo, que todavía haya quien proponga una banca pública, después del resultado que ha dado mezclar la política con el dinero. Por lo demás, hemos escuchado muchas lecciones de ética, mucho anuncio de cambio y regeneración. Siempre el pecado, ya se sabe, es de los otros. Aunque luego oigamos a un portavoz del gobierno, con una venda en los ojos, decir que un condenado por terrorismo –la peor corrupción de la política-, puede ser un digno candidato a las elecciones.
(Publicado 29-8 Diario de Navarra)
lunes, agosto 29, 2016
lunes, agosto 22, 2016
Veinticinco
La última humorada de este largo verano de bloqueo político, un esperpento al que el país ha asistido con cierta displicencia, es que de no prosperar la investidura de Rajoy, las terceras elecciones podrían celebrarse el 25 de diciembre. Esto es un auténtico tour de force que se suma a las presiones de todo orden que no sabemos si Sánchez va ser capaz de soportar, para que franquee de una vez el paso a un gobierno en minoría, lo que sería costoso para su ego, pero le ofrecería al menos alguien al que poder por fin oponerse. El infierno de Dante era un lugar en que nada se conectaba con nada, lo que daba mucho vértigo; un lugar fuera de la lógica y la causalidad de las cosa, que es lo que nos permite situarnos en el mundo y eso es lo que le está pasando al PSOE con su decisión de lograr a la vez tres cosas incompatibles: no permitir gobernar a Rajoy, no querer nuevas elecciones y no poder cerrar un pacto a lo Frankenstein, como bautizó Rubalcaba a una amalgama con Podemos y los nacionalismos. Un imposible infernal. Puede que la intención de Sánchez sea facilitar al final el gobierno, pero haciéndose antes con la cabeza de Rajoy como trofeo y coartada, pero éste no parece estar por la labor. No en vano ha ganado las tres últimas elecciones y ganaría las siguientes, las de la broma del 25 de diciembre, llegado el caso. En realidad, lo que el país está demandando son respuestas claras a cosas que no se arreglan solas, como el reto independentista del parlamento catalán, y se echa mucho en falta que el constitucionalismo, en vez de dedicarse a maniobras y cálculos, no sume fuerzas y razones de una vez. Aquí, lo inédito sería una política laica que saltase por encima de los grandes tabúes y que lograse acuerdos entre distintos, y no jugar a enrocarse. Un poco de lógica, de esa que faltaba en el infierno dantesco. “Queremos una reforma valiente”, ha dicho Cs, dispuesto a hacer valer sus condiciones, una vez que el PSOE les ha cedido gratis todo el campo de juego y se ha ausentado hasta nuevo aviso.
(Publicado hoy Diario de Navarra.)
viernes, agosto 19, 2016
Ceniza.
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Manuel Arroyo en el burladero junto a José Bergamín. |
"Solo escribo para la muerte", declara al final Arroyo en la entrevista. "Es lo único que me importa".
No. Leyéndole, yo no creo que sea verdad.
lunes, agosto 15, 2016
Rayos
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Turner. "La tempestad". |
(/Publicado hoy Diario de Navarra)
lunes, agosto 08, 2016
Basiano
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Basiano.Foto Joaquín Ciga. |
lunes, agosto 01, 2016
Trastienda
La 2 de TVE repuso la otra noche “La trastienda”, una película de Jorge Grau del ya lejano 1975, que se desarrolla en los sanfermines, y que causó sensación en su día por mostrar el primer desnudo llamado integral de Mª José Cantudo, que hacía el papel de una enfermera que tenía un tórrido romance con un médico de Pamplona, el doctor Navarro, quien se resistía en vano a caer en sus redes. Por la película ha pasado el tiempo y la breve imagen de la Cantudo mirándose en el espejo, que llevó a miles de espectadores al cine, hoy resulta inocua. Los sanfermines parecen un poco falsos, a pesar de estar rodados en la calle, porque quizás es imposible trasladarlos a la pantalla. “La trastienda” en realidad es un film que denuncia la doble moral imperante en la época, en la que por debajo de las apariencias las cosas eran de otra manera. Una sociedad hipócrita, que se escandaliza y quiere esconder lo que considera moralmente incorrecto, pero que todo el mundo hace en privado. Para ello, nada mejor que la conservadora Pamplona de 1975 y el retrato de un médico del Opus atormentado entre sus convicciones y la caída de ojos de su enfermera, un clásico. Pero viendo de nuevo esta película, se aprecia que no solo el desnudo ha perdido ya toda posible provocación, empalidecido por la oferta que hay en todas partes, sino que el propio conflicto de fondo pertenece en buena medida a otra época. El virtuoso médico que se debate entre sus instintos y sus convicciones, y se siente culpable, la pugna entre los deseos más secretos y la conciencia, ya no es lo que era. Hoy no hay tanta trastienda. Más bien existe lo que se llama un empuje a gozar: no se trata tanto de reprimir los impulsos sino de lanzarlos detrás de la multitud de objetos que se nos ofrecen para colmarlos, y que prometen una suerte de felicidad sin excusa posible. Así, uno ya no es culpable de nada, salvo de no ser capaz de disfrutar a tope, de no gozar como los demás, de ser un aguafiestas, lo que resulta algo tan inaceptable como antes al doctor Navarro no poder contenerse.
(Publicado hoy Diario de Navarra)
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