lunes, agosto 08, 2016

Basiano

Basiano.Foto Joaquín Ciga.
En mi casa había un cuadro de Basiano en el que se veía la Vuelta del Castillo en los años 40, amarillenta por el verano, con la Ciudadela al fondo,  y unas figuras pequeñas que están trillando. Basiano pintaba lo que veía,  y esa Pamplona hoy remota es la que aparece en sus cuadros, reconocible todavía, como si en realidad viviera bajo la actual, con sus escarpadas ripas, el viejo puente de san Pedro, las murallas, el Redín,  los recodos del Arga, un río  que a veces, como él lo pinta, se mancha de nieve, y ese claustro de la catedral que repintó con detalle, como un puntillista; una Pamplona de la que  salía a veces, sin rumbo,  en su biscuter, para pararse frente a las Malloas, el verde de Burguete, o un rincón estellés.  En la exposición que ahora se le dedica en la Ciudadela, a los 50 años de su muerte, hay dos fotografías en las que aparece a contraluz, con gabán, la boina echada atrás, como un pintor parisino.  En una, posa fumando con boquilla, sofisticado, como Gilda.  Era un personaje libre, siempre a su aire, de bohemia modesta, que pintó sin parar durante toda su vida y que pagaba la cuenta pintando un cuadro en la dura posguerra. Basiano tenía don, todo le era fácil,  era muy rápido y el ser tan prolífico le hizo desigual, pero le sirvió para poder sacarse los garbanzos. Dicen que en una época su baremo para cerrar el precio de un cuadro era alegar el frío que había pasado o lo que le costó la pensión cuando lo pintó. Su figura en segundo plano, tratando de vender un cuadro en el café, mientras las largas horas invernales se demoran en los veladores,  podría dar para una película de época, una Colmena en pequeña escala.  Viendo su obra, tan pamplonesa como una ángulo de Eusa, he pensado en este chico de Murchante que empezó a pintar de crío, sin ningún  antecedente familiar, sin nada que lo justificase, como si hubiera sido tocado por un destino irrenunciable, por ese dedo caprichoso que llamamos vocación y que cuando nos señala ya no podemos hacer nada,  so pena de traicionarnos y volvernos mustios, hasta perdernos.

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