lunes, septiembre 19, 2016

Llueve


Tras una larga sequía ha vuelto a llover en Pamplona, y cuando abrí la ventana noté el aire frío de la tronada entrando a raudales,  levantando el mantel de la mesa, como si quisiera sacudirlo, y al cerrar un momento los ojos respiré el olor a tierra sedienta y ozono que llenaba el aire, y tuve una mezcla de sentimientos, entre la liberación al sentir que no hay mal que cien años dure y que a la noche iba a descansar por fin, y la pena ante el fin del verano que siempre me ataca en estas fechas, cuando veo que el día se acorta y el aire trae de pronto como un escalofrío y es como si todos volviéramos al colegio con los cuadernos nuevos y los libros forrados, y entonces allí,  tras la ventana abierta, la lluvia pareció arreciar aún más,  caían unos goterones grandes y redondos como perlas falsas,  el rumor de la lluvia en el pavimento era como un aplauso satisfecho de la tierra exhausta, de la hierba amarilla y los árboles que tienen ya  las hojas mustias, así que me quedé ahí un rato viendo llover, pensativo, como aquel personaje de Joyce, recordé, que veía nevar sobre Dublín y sobre toda Irlanda lleno de presagios, su alma desvanecida lentamente al escuchar el dulce descenso de la nieve, escribe delicadamente  Joyce  en el final de “Los muertos”; la canícula de estos meses,  los amaneceres sin viento, las persianas bajas, el cri cri de un grillo, las tardes a la sombra, todo eso  llegaba  a su fin, me dije,  contemplando  el agua que caía con rabia, como si tuviera que limpiarlo todo y arrastrar la inmundicia,  llover a cántaros,  como cantaba Pablo Guerrero hace tiempo, tiene que llover, clamaba, pidiendo un diluvio que  se lo llevara todo por delante y creara un  mundo nuevo desde cero, ese viejo sueño justiciero, un imposible;  pero de pronto la lluvia paró de golpe, haciendo  brillar las cosas  recién lavadas, como si se  estrenaran, tal como se estrena en nosotros el primer frío en la cara,  el fluir de la nueva  estación, la luz declinante y las hojas por el  suelo,  que no son sino señales del  tiempo  que corre como  el agua, y no se cansa.
(Publicado Diario Navarra 19/9)

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