Escuché un rato el debate de investidura, aunque a la tercera pierde mucho el clímax, pero al oír a Pablo Iglesias enseguida caí en cuenta de que estábamos ante una especie de escena del hijo pródigo, porque salió Rajoy, después de una lluvia de improperios, como si hubiera oído caer la lluvia y trató a este empollón con coleta como a un hijo descarriado, el hijo pródigo al que hay que hay advertirle que nunca se tiene toda la razón y que el tiempo le hará cambiar. Era entrañable ver a Mariano sin entrar al trapo, porque eso descoloca mucho, y el oponente no sabe bien que hacer. Aunque más que ira contra el padre, aquello era una riña de hermanos, donde Iglesias tiró a muerte contra Hernando, muy serio tras sus gafas de pasta azul, que le dan un aire de hermano Marx, quien parecía el hijo atormentado, preso de culpas inconfesables, que escribe una tortuosa carta al padre diciendo que toda su vida ha estado contra él, pero que ahora, por el bien de la familia, se ve obligado a apoyarle. A Mariano todo esto parecía traerle un tanto al pairo, pues ha desarrollado una resistencia coriácea. Este hombre tiene un lado admirable. En estos meses se le han dedicado todo tipo de insultos, se le ha tratado de indecente, ha sido agredido en la calle sin que aprovechara para sacar tajada de ello, su pueblo le ha nombrado persona non grata a pesar de que no ha linchado a nadie, y él sigue en la brecha, incluso ha dicho que está ilusionado. Hasta Rivera, al que logró convencer a duras penas y se prestó a ayudarle, dijo que le vigilaría de cerca, a ver qué hace, como el heredero que sospecha de un padre disoluto. Se ve que este hijo no le hace tanta gracia como el de la coleta, por el que siente una debilidad especial. Es lo que suele pasar con los más cercanos, atónitos cuando se mata un cordero para el pródigo que vuelve al redil. Desde la tribuna, ebrio ya de su propio verbo, aplaudido como un tribuno de la plebe, el hijo descarriado ha dicho que los delincuentes están dentro del Congreso y no fuera y ha mirado expectante al banco azul, pero el candidato le ha mirado por encima de las gafas sin inmutarse, como acostumbra.
(Publicado Diario de Navarra 31/X)
lunes, octubre 31, 2016
lunes, octubre 24, 2016
Bravo
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Plaza de toros. Miguel Barceló. |
(Publicado Diario Navarra 24/X)
martes, octubre 18, 2016
Nobel
“Confío en que la Academia haya obrado con imparcialidad”, declaró Churchill con su habitual sorna después de recibir el Premio Nobel de literatura en 1953, pues sabía que no le daban el premio por sus escritos, sino como reconocimiento a su coraje al enfrentarse a Hitler, y por haber perdido luego unas elecciones, tras lo que se retiró a escribir su memorias y pintar acuarelas. En aquel tiempo, pues, también cocían habas y los premio se daban a veces por cálculo, compromiso o compensación, como el Nobel de la paz que le han dado a Santos, o el que le dieron a Obama antes que hiciera nada, por si acaso. Este año no sabemos tampoco por qué se lo han dado a Dylan, quizás porque tocaba un americano, obviando a Roth (que parece ansiarlo más que nadie) o De Lillo, de mucha mayor estatura literaria que Dylan, que es verdad que ha escrito canciones magníficas, imborrables, pero cuyos textos casi nadie habría leído en un libro. Cohen ha dicho que este premio es como ponerle una medalla al Everest, y puede que sea verdad, porque Dylan es parte de la cultura de nuestro tiempo, un imprescindible, y pertenece a una generación que está despareciendo, pero no es un gran escritor, sino un cantante popular que todavía nos emociona cuando oímos en su voz desafinada que vamos dando tumbos, que somos como cantos rodados, como si tuviera el don de haber dado en el clavo. Un chico apocado con una guitarra, que hoy se mide a duras penas con lo que fue, uno de los grandes. Alguien ha dicho que este premio es un disparate, que el Nobel ha perdido toda credibilidad y que Borges, al que no se lo dieron, estará satisfecho en su tumba. Pequeñas maldades. Hace años que Dylan se puso un gran sombrero y se fue a cantarle al papa Wojtyla, se hizo vagamente católico, lo que inquietó mucho a sus viejos seguidores que añoran tiempos de rebeldía. Alberto Manguel, que estuvo en Pamplona hace poco, dijo que la lectura y los libros han perdido su prestigio, y tiene razón. Puede que la Academia haya dado el premio a alguien popular en muchos ámbitos como Dylan, como si escribir una obra no bastara y este fuera el precio a pagar en estos días. (Publicado Diario Navarra 17/10)
lunes, octubre 10, 2016
Siluro
Veo la foto de este periódico, magnífica, en que un operario muestra un siluro gigante a un grupo de chicos que le sacan fotos con el móvil, como si fuera un concursante de OT, el regreso. Vean al monstruo, parece decir. El bicho ha salido del vaciado del estanque –llamarle lago es demasiado- de Mendillorri, junto con esqueleto de un coche, sillas, bicicletas, tortugas, carpas y algún siluro que ha debido llegar desde Mequinenza. Yo siempre he sido contrario a estos lagos de mentiras, que deben quedar muy bien en los planos pero que se convierten luego en agua estancadas y pantanosas que esconden secretos, pero no hay barrio que se precie al que no se dote de un gran parque con bancos de diseño, pérgolas imposibles y de un lago con patos y geiser. La foto del lago hecho un basurero y el siluro es una metáfora del mundo, seguramente arruinado de detritus y basura por nuestra desidia, en un día de octubre que parece verano, los arboles confusos sin decidirse a perder la hoja, con el fango y la mierda que aparece cuando quitamos la capa que cubre las apariencias. Puede que asistamos al fin de mundo y que eso es lo que estén fotografiando los chicos sin saberlo, el final de todo, en vez de las carpas, la tortuga y el feo siluro. Podría hacerse un paralelismo entre lo que se esconde bajo la superficie y la situación política, pero no quiero hurgar en la herida, así que me limito a observar a esa fila de chicos que sacan fotos al monstruo cuando debieran tal vez estar en el instituto. La realidad no es suficiente, parecen decirnos estos muchachos ahí parados, haciendo foto en el móvil para que aflore, como el siluro, que no es ya un pez monstruoso sino un fake que circula por la red. O tal vez el siluro se parezca al profe de sociales. Puede que escarbando en el fondo de estos falsos lagos encontrarán en el futuro un retrato de nuestro mundo, piezas para una exposición con raspas de peces, hierros retorcidos y los restos de una laureada que terminó, nadie sabe cómo, bajo el agua, como un testigo molesto.
(Diario de Navarra 10/X)
(Diario de Navarra 10/X)
lunes, octubre 03, 2016
Rubén
Hace cien años que murió Rubén Darío, el poeta del que todos venimos, según Borges, un escritor a quien Valle Inclán -el de la barba de chivo, le llamaba- hace aparecer en varias escenas de Luces de Bohemia, porque era su maestro y amigo íntimo, un poeta con todas las letras, de otro tiempo. Dicen que leyendo un poema en español se sabe si es de antes o después de Rubén, como si fuera el fiel de la balanza. La lista de sus coetáneos, aquellos a quienes trató, riñó o mantuvo tertulia, en esa época sin twitter, es muy larga: Juan Ramón, los Machado, hasta Baroja y Unamuno, tan sesudos los dos y tan desdeñosos con él, no en vano estaban en las antípodas. Ahora en Madrid se le ha hecho exposición, y se ha publicado un facsímil con su cuaderno de hule, el que Rubén llevó en un viaje a Nicaragua, su patria, en 1906, en el que hay versos, dibujos y labores de caligrafía de su mujer, Francisca Sánchez, a quien el poeta enseñó a leer y escribir. Esta es una historia hermosa: el amor entre el poeta y una joven analfabeta con quien no pudo casarse nunca, pues su primera mujer le mareó y no le concedió nunca el divorcio. Rubén es un escritor en el que el lenguaje brilla por encima de todo, en el que la forma le gana al fondo y que nos recuerda que la lengua es antes que nada sus acentos, lo puramente fonético, la carnalidad de las palabras, lo rítmico, todo eso que envuelve lo que queremos decir y que, sin que sepamos cómo, lo determina, como si fuera la tierra donde crece todo. En sus inicios, dicen, la música y la poesía fueron lo mismo, no se concebía una sin la otra; Homero escribió en hexámetros, contando silabas cortas y largas para ser recitadas ante un público que no sabía leer, como la misma Francisca Sánchez, que oía embelesada las cartas del poeta. Poco a poco la escritura se fue independizando, desprendiéndose de melodías y reglas métricas, haciéndose prosa -que también debe sonar bien, por cierto-, pero ya fue por su cuenta, como un hijo pródigo. Dicen que Francisca oyó un día a un vendedor de periódicos en Madrid vocear cantarín que Rubén había muerto, como un verso que fuera de boca en boca.
(Publicado Diario Navarra 3/X)
(Publicado Diario Navarra 3/X)
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