Hace cien años que murió Rubén Darío, el poeta del que todos venimos, según Borges, un escritor a quien Valle Inclán -el de la barba de chivo, le llamaba- hace aparecer en varias escenas de Luces de Bohemia, porque era su maestro y amigo íntimo, un poeta con todas las letras, de otro tiempo. Dicen que leyendo un poema en español se sabe si es de antes o después de Rubén, como si fuera el fiel de la balanza. La lista de sus coetáneos, aquellos a quienes trató, riñó o mantuvo tertulia, en esa época sin twitter, es muy larga: Juan Ramón, los Machado, hasta Baroja y Unamuno, tan sesudos los dos y tan desdeñosos con él, no en vano estaban en las antípodas. Ahora en Madrid se le ha hecho exposición, y se ha publicado un facsímil con su cuaderno de hule, el que Rubén llevó en un viaje a Nicaragua, su patria, en 1906, en el que hay versos, dibujos y labores de caligrafía de su mujer, Francisca Sánchez, a quien el poeta enseñó a leer y escribir. Esta es una historia hermosa: el amor entre el poeta y una joven analfabeta con quien no pudo casarse nunca, pues su primera mujer le mareó y no le concedió nunca el divorcio. Rubén es un escritor en el que el lenguaje brilla por encima de todo, en el que la forma le gana al fondo y que nos recuerda que la lengua es antes que nada sus acentos, lo puramente fonético, la carnalidad de las palabras, lo rítmico, todo eso que envuelve lo que queremos decir y que, sin que sepamos cómo, lo determina, como si fuera la tierra donde crece todo. En sus inicios, dicen, la música y la poesía fueron lo mismo, no se concebía una sin la otra; Homero escribió en hexámetros, contando silabas cortas y largas para ser recitadas ante un público que no sabía leer, como la misma Francisca Sánchez, que oía embelesada las cartas del poeta. Poco a poco la escritura se fue independizando, desprendiéndose de melodías y reglas métricas, haciéndose prosa -que también debe sonar bien, por cierto-, pero ya fue por su cuenta, como un hijo pródigo. Dicen que Francisca oyó un día a un vendedor de periódicos en Madrid vocear cantarín que Rubén había muerto, como un verso que fuera de boca en boca.
(Publicado Diario Navarra 3/X)
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