lunes, noviembre 14, 2016

Cohen

Ha muerto Leonard Cohen. “Estoy listo para morir. Solo espero que no sea muy incómodo”, había dicho hace poco. Siempre fue muy certero con las palabras. Cuando recogió el premio Príncipe Asturias hizo un buen discurso en el que contaba como se hizo cantante gracias a un guitarrista callejero español, que se suicidó,  y cuando le dieron el Nobel a Dylan, a pesar de que  puestos a elegir un cantante quizás él se lo mereciera más,  dijo que  era como si le hubieran puesto una medalla al Everest. Tras anunciar su propia muerte no le creyeron, porque la muerte es de por si increíble y tuvo que aclarar que había exagerado. En nuestro inconsciente,  todos somos inmortales. El caso es que cumplió su palabra y se fue  poco después, justo cuando Trump llegaba a la gloria, como si tirara la toalla ante alguien con el que no tiene nada que ver, no solo por su ideas, que posiblemente las cambie si le conviene,   sino por el contraste ante un modelo de masculinidad  tan distinto al suyo, un retorno de un hombre más primario, mucho más ostentoso, en el fondo el retorno  del padre temido y  brutal pero lleno de certezas, al que uno admira y odia  a la vez. Un hombre de una pieza  para quien las cosas son blancas o negras, que detesta la ambigüedad sexual y que proclama unos valores que él mismo, como suele ocurrir,  se cuida de no seguir. Puede que  Trump sea el triunfador del momento, pero en realidad es un hombre del pasado,  un poco de mentiras, sobreactuado; uno que puede llevarse a las mujeres que quiera con la chequera, pero que sabe  que el que  de verdad las enamora es alguien como Cohen, capaz de sentirse frágil sin miedo y de expresar lo que siente y susurrarlo al oído.  Ser como Trump, además,  es agotador. No es fácil defender  una reputación así a todas horas.  Es imposible hallar allí un poco de serenidad. Cohen se arruinó, vivió en un monasterio budista y luego volvió a la carretera a cantar de aquí para allá y se apagó de pronto, como había anunciado.  Parecía que el éxito era una molestia que no podía evitar. “El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los  males”, dejó escrito.
(Publicado Diario de Navarra 14-XI)

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