lunes, febrero 20, 2017

Vientre de alquiler

Tanto en el reciente  congreso del PP, como en el de Podemos,  aparentemente tan distintos, se ha planteado a la vez un  asunto, en apariencia menor, como el de los vientres de alquiler, con el que ninguno de los dos sabe qué hacer. Pagar a una mujer para que tenga el niño que una pareja, o alguien solo, no puede –o no quiere- tener hace saltar alarmas, no en vano no permitimos que alguien venda el riñón o su propia sangre, y lo sacamos del comercio, pues no todo se puede comprar y vender, aunque alguno se sorprenda. Hacer cargar a alguien con la gestación y el parto, y desconocer el vínculo que se crea con ello y las consecuencias que acarrea, debería hacernos cautelosos,  pero como no es posible poner puertas al campo y ya hay quien lo ha apañado fuera y el niño ya está entre nosotros, no tenemos tiempo para pensarlo.  Si puede hacerse, ¿Por qué no aquí?  Todo lo que la ciencia está en condiciones de hacer, termina haciéndose, aunque esa  faz inquietante no queramos verla. Pero lo que  todo esto desvela, en realidad, es  la falta de  deseo de tener hijos que nos aqueja, salvo quizás entre aquellos que no pueden tenerlos, y eso les espolea. "He apostado todo a este proyecto", escuché a una diseñadora de moda que pugnaba por un Goya. "Ni pareja, ni hijos, ni nada que no sea mi trabajo". La necesidad de triunfar,  el brillo profesional, el todo se puede, son el modelo que  se nos propone por todas partes.  Es difícil que así quepa un niño, o que no se supedite a otros anhelos,  y resulta lógico que la engorrosa tarea de traerlo al mundo se quiera trasladar a otros.  No tener hijos es  un gran problema en nuestro país, un lugar cada vez más avejentado y picajoso que no va a poder pagar  sus hospitales y pensiones. Pero todo problema, en realidad, engendra su solución, como un vientre en que crece algo nuevo, podemos decir. Vivimos en un mundo confortable al que tocan a la puerta miles de inmigrantes, justo cuando  más necesitamos que vengan y que tengan los hijos que aquí no queremos tener. Al menos, hasta que se acomoden y se vuelvan tan perezosos y tan trabajadores a la vez, como nosotros.
(Publicado hoy Diario de Navarra)

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