domingo, octubre 22, 2017

Diario de Hendaya (14)



15 octubre Fohn.

 

El escritor asutriaco Thomas Bernhard
La tos no me deja dormir de noche –una molesta gripe antes de tiempo- y me levanto muy temprano. En la terraza sopla un viento muy cálido, de bochorno, insistente,  que me recuerda a aquel  Fohn, ese viento del sur que soplaba en Salzburgo del que habla Berhard, un viento que volvía loca a la gente y le empujaba hacia el delito. Un viento que ha perdido la humedad en los Alpes y trae sequedad y calor. Un viento que acaba enseguida con la nieve. Detrás de los árboles que sacude este Fohn amanece lentamente. Creo que en Austria el Fohn se considera una  atenuante en el código, es decir que si alguien comete un delito el día que sopla fohn, se le impone  una pena menor. Vuelvo a la cama pero al rato salgo de nuevo, angustiado. Noto la cabeza cargada, inquieta por un sueño que no recuerdo. Estoy expectante, como si algo fuera a suceder.  De pronto en el balcón de B, una vecina que está enferma, comienza a cantar un canario. Me calzo y bajo hacia la playa sin desayunar. Al pasar por l´ hôpital veo un cartel mal escrito en el que se denuncia a Monsieur Hirch, sea quien sea, porque sus medidas y  recortes que han causado el suicidio de siete enfermos. Un cartel muy ofensivo, seguramente injusto. (Es difícil saber el motivo de un suicidio). Desde lo alto el mar y el cielo tienen un color pastel, con la luz tamizada por una leve neblina. En el paseo hay aparcadas camionetas de surferos que ya se han levantado y desayunan de pie, mirando las olas del mar que está movido. Muy baja pasa una bandada de palomas en formación hacia el cabo de Higuer. Dicen que las palomas pasan ahora a menudo sobre el mar, para evitar cazadores. O tal vez sea el Fohn.  En la cresta de las olas el viento levanta cortinas blancas que retroceden por el viento sur, que sopla de frente, y se deshacen enseguida. Si uno  se fija, hay un momento en que en las gotas en suspensión la luz se descompone y crea  un arcoíris.   Camino un rato más pero me siento enseguida. Siento esa dejadez de ánimo del que está enfermo, y que apenas  comienza a recuperar el gusto y el relieve de las cosas. Me pregunto que será este día, adonde voy,    que es lo que me espera, como si fuera el último día. No pasa nada, me digo. Es el Fohn. Recuerdo que Bernhard era un escritor que prestaba mucha atención al ritmo, al sonido, a la eufonía de la escritura. Leía lo escrito, a ver si su alemán era suficientemente bueno. Eso es el auténtico pago.  Era un hombre hosco y brillante, permanentemente enfermo. Ahora las olas chocan con fuerza y son brochazos blancos sobre la arena. Estoy un rato más. Pienso que me resultaría difícil leer a Bernhard. Demasiado doloroso. Es lo que pasa a veces con algo muy bueno, que te hace parar y levantar la mirada, como si no fuera posible continuar o diera casi miedo.
Al rato, vuelvo a casa. Más tarde bajamos a la playa. El día es cálido, inusual aquí. Dan ganas de bañarse pero las olas dan respeto. Por fin me meto con cautela en el agua esquivando el oleaje. Nado un rato. Siento el mar como un monstruo en acción, curativo, potente. Me pregunto como G puede nadar 3 km. Espero a que las olas bajen un poco y salgo deprisa. El reflujo del  mar me frena, como si intentara avanzar contra una gran corriente de aire. La piel fría me activa. Ahora es como si el mar y el baño me hubieran vuelto al mundo, como si fuera posible seguir viviendo.  Desde hace más de 100 años, recuerdo,  la gente ha venido aquí a tomar baños de mar por su poder terapéutico;  traían a los niños malnutridos y tuberculosos de París, a los excombatientes exhaustos, para curarlos. Recuerdo que hace tiempo L me habló de  Quinton, alguien que  pensó que todas las enfermedades podían curarse con agua de mar. Incuso pensó que nosotros mismos éramos como el  agua de mar. Una gota en el océano.  

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