15
octubre Fohn.
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El escritor asutriaco Thomas Bernhard |
La tos no me deja dormir de noche –una
molesta gripe antes de tiempo- y me levanto muy temprano. En la terraza sopla
un viento muy cálido, de bochorno, insistente,
que me recuerda a aquel Fohn, ese
viento del sur que soplaba en Salzburgo del que habla Berhard, un viento que volvía loca a
la gente y le empujaba hacia el delito. Un viento que ha perdido la humedad en
los Alpes y trae sequedad y calor. Un viento que acaba enseguida con la nieve. Detrás
de los árboles que sacude este Fohn amanece lentamente. Creo que en Austria el
Fohn se considera una atenuante en el
código, es decir que si alguien comete un delito el día que sopla fohn, se le impone
una pena menor. Vuelvo a la cama pero al
rato salgo de nuevo, angustiado. Noto la cabeza cargada, inquieta por un sueño
que no recuerdo. Estoy expectante, como si algo fuera a suceder. De pronto en el balcón de B, una vecina que
está enferma, comienza a cantar un canario. Me calzo y bajo hacia la playa sin
desayunar. Al pasar por l´ hôpital veo un cartel mal escrito en el que se
denuncia a Monsieur Hirch, sea quien sea, porque sus medidas y recortes que han causado el suicidio de siete
enfermos. Un cartel muy ofensivo, seguramente injusto. (Es difícil saber el
motivo de un suicidio). Desde lo alto el mar y el cielo tienen un color pastel,
con la luz tamizada por una leve neblina. En el paseo hay aparcadas camionetas
de surferos que ya se han levantado y desayunan de pie, mirando las olas del
mar que está movido. Muy baja pasa una bandada de palomas en formación hacia el
cabo de Higuer. Dicen que las palomas pasan ahora a menudo sobre el mar, para
evitar cazadores. O tal vez sea el Fohn. En la cresta de las olas el viento levanta
cortinas blancas que retroceden por el viento sur, que sopla de frente, y se
deshacen enseguida. Si uno se fija, hay
un momento en que en las gotas en suspensión la luz se descompone y crea un arcoíris.
Camino un rato más pero me siento enseguida. Siento esa dejadez de ánimo
del que está enfermo, y que apenas
comienza a recuperar el gusto y el relieve de las cosas. Me pregunto que
será este día, adonde voy, que es lo
que me espera, como si fuera el último día. No pasa nada, me digo. Es el Fohn. Recuerdo
que Bernhard era un escritor que prestaba mucha atención al ritmo, al sonido, a
la eufonía de la escritura. Leía lo escrito, a ver si su alemán era
suficientemente bueno. Eso es el auténtico pago. Era un hombre hosco y brillante, permanentemente
enfermo. Ahora las olas chocan con fuerza y son brochazos blancos sobre la
arena. Estoy un rato más. Pienso que me resultaría difícil leer a Bernhard.
Demasiado doloroso. Es lo que pasa a veces con algo muy bueno, que te hace parar
y levantar la mirada, como si no fuera posible continuar o diera casi miedo.
Al rato, vuelvo a casa. Más tarde bajamos
a la playa. El día es cálido, inusual aquí. Dan ganas de bañarse pero las olas
dan respeto. Por fin me meto con cautela en el agua esquivando el oleaje. Nado
un rato. Siento el mar como un monstruo en acción, curativo, potente. Me pregunto
como G puede nadar 3 km. Espero a que las olas bajen un poco y salgo deprisa.
El reflujo del mar me frena, como si intentara
avanzar contra una gran corriente de aire. La piel fría me activa. Ahora es
como si el mar y el baño me hubieran vuelto al mundo, como si fuera posible
seguir viviendo. Desde hace más de 100 años,
recuerdo, la gente ha venido aquí a tomar
baños de mar por su poder terapéutico;
traían a los niños malnutridos y tuberculosos de París, a los excombatientes
exhaustos, para curarlos. Recuerdo que hace tiempo L me habló de Quinton, alguien que pensó que todas las enfermedades podían
curarse con agua de mar. Incuso pensó que nosotros mismos éramos como el agua de mar. Una gota en el océano.
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