19 noviembre
Vamos a Hendaya muy tarde, de noche, tras ver la función del Brujo. La noche es fría, estrellada, sin luna. Cerca de Pagozelai, como ocurre tras algunos días de sol, hay una pizca de niebla que se mueve y que desaparece enseguida. Al entrar en Francia, a medianoche, el país parece como siempre a esas horas desierto, sin vida, sin nadie en las calles y las casas tienen las contraventanas (les volets) echadas. La casa está fría y la hierba del jardín empapada de rocío. Por la mañana vuelvo a la Corniche. En la pequeña cala de difícil acceso, a la que nunca he bajado, hay tres pescadores que van hacia la rompiente con sus cañas. Se hablan unos a otros, moviéndose con rapidez. Debe ser un buen lugar para pescar, pero no les veo sacar nada. La marea está bajando y el mar crea un paisaje de rocas y algas que sobresalen del agua y que parecen flotar y moverse sobre ella. Saco una foto y al verla no se sabe si es un charco o un archipiélago. La foto parece un cuadro. Da rabia que sea tan fácil lograr algo así. Encima de unos de los bunker medio en ruinas hay una pareja joven. El hombre consulta unos planos con un aparato junto a él. Un dron. La mujer le mira en silencio. Un poco más adelante hay otro bunker casi volcado sobre la pendiente que cae al mar. Encima, hay una escultura que hace zig-zags sobre el cemento y que parece representar los vientos. Mirando a la derecha se ve la costa que se recorta hasta Biarritz. La luz aquí, pienso, siempre está matizada, rosácea. No es una luz que hiere sino que se posa. Tiene las propiedades del tiempo, que pasa. Todo reside en la luz. Cuando vuelvo escucho el sonido del dron allí arriba pero no lo veo. Pienso en el dron volando con una cámara, un ojo que lo ve todo, como Dios, del que es imposible esconderse. Una conciencia absoluta. Por la playa me vienen historias de la función del Brujo: nada existe, salvo la luz, dijo. También la luz se fijó en esa única foto del gurú que por sí sola curó a Yogananda de niño. Bastó que mirara la foto con ese propósito. Esa foto costó mucho, es la única, ya que en otras ocasiones, a pesar de que el fotógrafo estaba seguro de haberla tomado, el yoghi no salía en ella. Hay al parecer una reunión de yoguis y santones que se hace cada 12 años en la India. Si allí, en occidente, se dijo, que son tan adelantados, pudieran incluir también esta sabiduría oriental, el mundo podría salvarse. Eso me llama la atención. Como si fuera una salida. Tal vez oriente es lo que pueda evitar que el mundo se precipite. La sabiduría necesaria para privarse de hacer algo, y no estar condenados a perseguirlo. Recuerdo a Billeter y las lecciones sobre Zuang Zhui, a las que tengo que volver.
Más tarde veo a J. C. en la esquina del paseo, parapetado tras el chiringuito cerrado, tomando el sol en su silla de ruedas. Cuando me acerco me pide enseguida que saque un cigarrillo del paquete, algo que no puede hacer él solo, y se lo ponga en el artilugio que usa para fumar con una mano y se lo encienda. Cuando a JC se le pregunta como va la cosa, siempre dice que bien, con una sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario