lunes, noviembre 13, 2017

Diario de Hendaye (17)

Sobre la verdad y las visiones del final 

 

G.Arcimboldo. Autum.
En la comida de viejos camaradas del colegio, una especie de vista atrás, un viaje a otro tiempo, A. me cuenta que él tuvo que trabajar en casa desde pequeño, y que antes de ir a colegio debía dar  de comer a los cutos o acarrear sacos.  Hoy algo así sería impensable, sería una suerte de maltrato. Sin embargo A reconoce que fue lo que le forjó el carácter y le hizo ser lo que es. Una ética práctica sobre el valor del esfuerzo y el propio valor de las cosas. Había que hacerlo, y ya está. Un  día, con 16 años, fue conduciendo el  camión a por alfalfa hasta un pueblo de la Ribera y a la vuelta le paró la guardia civil y le pidió el carnet. "No tengo", contestó llanamente. Ya hacía tiempo que su padre le había dicho que si le paraban alguna vez, dijera la verdad, que no tratara de ocultarla. El guardia pareció desconcertado "¿Pero cómo? ¿Conduciendo sin carnet? ¡No se da usted cuenta de que está prohibido!" "Lo sé", admitió A. "Había que cargar el camión para dar  de comer a los animales" dijo, "y mi padre no podía". El guarda estuvo un rato en silencio, mirándole, meneó la cabeza y le hizo por fin una señal para que siguiera adelante. "Anda", le dijo, "que no quiero volver  a verte sin carnet". He comprobado que la verdad descoloca siempre, que la otra parte no lo tiene previsto y se desbarata toda su estrategia. Hay que probar a veces a decir la pura verdad y cosechar los resultados.
Otro día, A. acompañó a su padre al médico. Era la primera vez que iba en muchos años. Su padre reconoció ante el médico que bebía un litro de vino al día. A se acuerda perfectamente de cómo su padre  llenaba la bota todos los días y se la bebía en las comidas, nunca entre horas. Beber agua, decía,  le dejaba el estómago triste, que era una dolencia que aquejaba antes a muchos hombres, sobre todo los que trabajaban de sol a sol.  Bien mirado el agua  es una cosa floja, insípida, como se reconoce en su propia definición. El vino -es claro- apaga una sed distinta a la del agua. El médico le dijo que tenía que bajar la ingesta de vino a la mitad. "Desde ahora le digo" –replicó de inmediato el padre- "que eso no lo voy a  hacer". Era raro ver a ese hombre desafiar  así  la autoridad de un médico,  pero le debían haber tocado el punto flaco. Cuando ya era mayor fueron de visita a una bodega y se pararon delante de un gran depósito de vino, de acero inoxidable, brillante,  recién estrenado, una novedad por entonces, donde se albergaban cientos de litros.  Al principio su padre no se creía que pudiera haberse bebido uno de esos en su vida. Luego hicieron  las cuentas y salían dos.  A veces yo he fantaseado con que a la hora de morir se me aparecía, en grandes montones, todo lo que había comido y bebido en la vida. Es una visión terrible, acusatoria, de La grand bouffe, que nos sorprendería a todos ¿Todo esto me he tragado? se pregunta el agonizante, incrédulo.  Damos, en nuestra vida,  con una gran cantidad de todo:   kilos de carne, peces variados, ríos de leche y aceite, montañas de verduras y legumbre, de pan, de sal y de pimientos. Arcimboldo es quein mejor nos ha retratado. Ver todo lo que hemos comido y  bebido (el agua no cuenta), aun cuando esto último no llegue ni de lejos a la cifra del padre de A , debe ser una visión de pesadilla, un susto monumental que no suscita, antes de irse al otro mundo, sino incredulidad y culpa. ¿Cómo es que la  tierra puede alimentar a tantos?, se preguntará uno, in extremis.  ¿Cómo es que he tenido tiempo para tanto?

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