martes, marzo 13, 2018

Primavera

Este ha sido un invierno duro, la nieve todavía acecha y el Arga, como todos los años, vuelve  a dejar un palmo de agua en la Magdalena. Pero ya A. me ha mandado una foto de un crocus amarillo, heraldo de la primavera. Primero salen amarillos, y al poco tiempo lilas o blancos. Misterio. E.B. White, escritor del New Yorker, un clásico,  cuenta en un artículo de 1957, el año que nací yo,  que ha adoptado un cachorro de teckel, un salchicha. Ya había tenido uno, Fred,  que se había dedicado con éxito a bajarle los humos, porque los teckel son perros insobornables. Ahora cuenta que lleva a su casa de Maine al nuevo cachorro y cómo este se pone a husmear por ahí y desentierra una raíz de crocus. Un presagio de la primavera, anota. White tiene un manual para escritores que todavía se usa. En cierto modo, sus consejos podrían resumirse en que no hay que escribir sobre la humanidad, sino sobre un hombre en concreto. Incluso de un perro concreto. White vivía  a caballo entre New York y su granja en Maine, y cuando habla de la vida campestre, resume el mundo.  Una hembra de mapache ha intentado meterse en el hueco del árbol de su jardín donde ya había otra, cuenta, lo que genera una pelea feroz. Al rato, ve a la vencida, que era la primera inquilina, bajar del árbol derrotada y marchar al bosque. Me dio pena, dice, como cualquiera que es desalojado de su lugar por alguien más joven, sea animal u hombre. Cuando está a punto de volver a New York, le llegan unos huevos de oca que había encargado, porque el otoño pasado el zorro se zampó la que tenía, y  decide comprar unos patos para que los incuben en su ausencia. Ese propósito de que un pato críe un ansarino le motiva mucho. El tema de mi vida es el placer que me da la complejidad, dice. En realidad, eso es la mejor definición de su escritura, donde  las pequeñas cosas logran algo rico y frondoso. Los días de febrero se alargan, la luz cobra fuerza, la osa mayor se ve por la noche. Es como un haiku escrito para hoy mismo. De vuelta a la ciudad, con el huraño Fred, recuerda a unos niños que vio al partir, ella con un par de violetas, él con unos narcisos, como si agarraran la primavera.

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