jueves, noviembre 21, 2019

Benet: la inspiración y el estilo

Recluido por una dolorosa caída que me fracturó dos costilla, sin poder coger postura, he leído a Benet. “La inspiración y el estilo”. Qué injustos fuimos con esta generación: la de Benet, Barral, Gil de Biedma, Ferrater, -Ferlosio también- que cuando salieron escena, al final del franquismo, fueron primero oscurecidos por el fenómeno del boom latinoamericano, que ocupó todos los parabienes y todo el espacio, y luego desdeñados a la llegada de la democracia por su pertenencia un  pasado que había que superar. No se quiso saber nada de ellos. La osadía de Benet, dedicado nada menos que a construir no solo presas, sino una nueva concepción de la literatura, de su función, de sus posibilidades, reivindicado el grand style y queriendo ser Faulkner,   es una gesta que solo la desmemoria y el desdén  hacia la inteligencia –algo tan propio nuestro-  pueden explicar.
Benet es el intento de forjar una nueva prosa apta para decir mejor y de levantar un estilo propio.  Para Benet, como es natural, el estilo lo es todo. “En literatura el tema en sí puede ser poca cosa en comparación con la importancia que cobra su tratamiento”, dice Benet al inicio. Palabras que brillan como nunca en esta época donde uno sale de la librería anonadado (cada vez más libros de género, cada vez más herida identitaria)  de no ver sino más de lo mismo.
 “Acaso la inspiración sea aquel gesto de la voluntad más distante de la conciencia”, escribe Benet.  Cómo no reconocer, a veces, ese rapto al escribir. Pero la inspiración no nace sola. “La inspiración le es dada al escritor solo cuando posee un estilo, o cuando hace suyo un estilo previo. La inspiración solo puede nacer en el seno de un estilo”. Esta es la gran enseñanza de Benet. Una vez trazado el campo por el que transitar, podemos decir, aparecen los tesoros.
Por lo demás, cómo no sentirse retratado en estas palabras: “Un día el público, acostumbrado a distraerse con un articulista, descubre que lo último que le importa es la actualidad del comentario y lo único que exige, seducido por la gracia y donaire de un estilo que sabe paladear, es la continuidad del alimento”.

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