miércoles, julio 15, 2020

Donostia Rebelde

 En primera línea, junto a los ejemplares de mi libro, de mi viaje a la utópica Fardelia, estaba el de Miguel Usabiaga, un autor de la casa, hijo de Marcelo Usabiaga, histórico dirigente comunista donostiarra, titulado Donostia rebelde, en el que repasaba el primitivo movimiento obrero  en San Sebastián, proveniente del cercano puerto de Pasajes, y el surgimiento de  las ideas comunistas en la ciudad. Allí aparecían nombres míticos: Larrañaga, Astigarrabía -único ministro comunista del Gobierno vasco durante la guerra-, Zapirain, Lizárraga, también  los Amilibia, socialistas, o los de Ignacio Campoamor y su hermana Clara, que tanto peleó por el voto de la mujer y que pidió ser enterrada en San Sebastián. Todos ellos tendrían gran protagonismo en tiempos de la república, muchos conocieron la cárcel de Ondarreta y todos ellos terminaron en el exilio o contra el paredón.
 Todo aquello, además de que el autor estuviera sin duda implicado en lo que cuenta, y quisiera rescatar la memoria paterna, tiene un aire mítico, de gran pureza; muestra un comunismo de tinte salvífico, todavía virgen, cuando apenas lleva unos años implantado en la Unión Soviética; una causa total a la que entregarse, de las que confieren sentido y finalidad a una vida. Una auténtica aventura utópica. Es también una historia escondida, imperceptible en una ciudad de veraneantes -de donde Toostky huirá enseguida, espantado de los precios-  subterránea. No hay más que leer las cartas que alguno de ellos, condenado a muerte, dirigen para despedirse, para ver el talante y el convencimiento de aquellos hombres, auténticos creyentes a los que nada, todavía, ha hecho mella en su ideal. Son cristianos primitivos que mueren contentos.
“Se bien lo que me espera”, dirá ante el Tribunal que le va a condenar a muerte Cristino García en 1946, “pero declaro con orgullo que cien vidas que tuviera las pondría al servicio de mi pueblo y de mi patria”.
Todos ellos, además, se insertan en la política española, se sienten españoles y conciben su trabajo a esa escala nacional, algo que hoy molesta, y se intenta disfrazar. La relevancia de la política vasca en España es muy grande en estos años.  La misma proclamación de la república española se gesta en el veraneo donostiarra del año 30, con una reunión de dirigentes políticos republicanos en el llamado “Pacto de San Sebastián”. Allí están los  Azaña, Prieto, Alcalá Zamora, Maura,  De los Ríos, Eduardo Ortega y Gasset. Luego, la primera localidad en proclamar la nueva república será Éibar.
En cuanto a los comunistas vascos en que se detiene el libro de Usabiaga, sin duda que su voluntad es cambiar el país, hacer la revolución, pero eso lo quieren hacer en y con el resto de España. Fundan el comunismo donostiarra, o irunés, pero como parte del comunismo español. La inclemente guerra que llega enseguida no es un enfrentamiento, como ahora quieren hacer creer, entre Euskadi y una España tenebrosa, sino un enfrentamiento dentro del propio País Vasco, como el que se produce en el resto de España, desgajada en dos bandos. Son muchos los gudaris que salieron en defensa de la república en Guipúzcoa, pero seguramente no fueron menos los voluntarios del requeté carlistas que se unieron al levantamiento de Franco. El enfrentamiento era netamente español. Era entre las dos Españas.
La prueba de ello es que aquellos hombres: Astigarribía, Larrañaga -que dio nombre a un famoso batallón, gemelo del Rosa Luxemburgo-, no entregaron las armas en Santoña, como hicieron los batallones nacionalistas, para  quienes,  tras la caída de Euskadi no merecía la pena continuar -craso error, pues su destino se jugaba en el destino de la república-, sino que siguieron luchando en otros frentes. Y acabada la guerra, son los que intentan entrar de nuevo en España bajo los auspicios de la Unión Nacional que crea el PCE . Tenemos el propio caso de Usabiaga, hecho preso en Valencia y  luego fugado a Francia, de donde vuelve enseguida con el maquis. Tenemos la historia, para terminar, de Imanol Asarta, que tras la guerra se exilia en América, de donde vuelve pronto para infiltrarse con un grupo en España, pero es detenido en Lisboa junto a Larrañaga y entregado. Antes de ser fusilado en la cárcel de Porlier, dirige una carta a su mujer en la que le pide que no desespere. “Muero tranquilo y sereno, confiado en que el sacrificio de mi vida servirá para que en el porvenir no sufran los que nos sucedan las vicisitudes de nuestra generación. (…) No os dejo en herencia más que mi pasado de consecuente honradez, mi limpio apellido de comunista”.
Que hemos hecho con esa herencia y ese pasado, es otra historia.


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