domingo, julio 12, 2020

Con Savater.


San Sebastián. En los largos ratos que nos dejaban tranquilos en la feria, mi editora me contó que el día anterior habían estado con Savater, a cuenta de la reedición de alguno de sus libros, y que le habían encontrado triste, alejado el mundo, sin ganas de salir de casa. Parecía un hombre que ha perdido las ilusiones. Yo sabía que desde la muerte de su mujer ya no era el mismo, que seguía inconsolable y casi había dejado de escribir, salvo su columna semanal en El País, a veces agriamente desesperanzada y ella me lo confirmó.  Estuvieron en su casa y luego comieron en un hotel cercano. Eso fue todo. Al contarme esto, recordé la figura de aquel Savater que se crecía ante los retos, el que no rehuía ninguna batalla, el hombre que sabía disfrutar de la vida. Sobre todo, recordé aquel Savater que desde la plataforma Basta Ya sacudió a una sociedad dormida, resignada, y la movilizó frente a un nacionalismo que parecía obligatorio. Fue él quien la armó de argumentos frente al rollo plañidero y victimista del nacionalismo, poniendo la ciudadanía por encima del sentimiento.
Había que frotarse los ojos en aquellos actos de Basta Ya para creerlo, viendo aquel Boulevard donostiarra con las banderas de todas las autonomías dentro de un corazón con la de España, cuando ser español, en la mentalidad supremacista imperante, era un insulto.  En aquellas manifestaciones, recuerdo, se veía a la gente llorar, abrazarse, salir del armario, atreverse por fin a hablar. Luego, de vuelta a casa tras la marcha, se veía a Savater caminar rodeado de guardaespaldas, entre aplausos.  Era el hombre que hizo que muchos abrieron los ojos. No es extraño que quisieran matarle a toda costa
Su figura se convirtió en referencia. En un acto en el Kursaal, recuerdo, Bernard Henri Levy lo comparó con el Sartre de los mejores años. El Parlamento Europeo concedió a Basta Ya el premio Sajarov. Gracias a él se conoció la situación de persecución política en el País Vasco, el intento de eliminación política y física de la oposición, mientras la sociedad miraba hacia otro lado. Era la conciencia cívica del país, pero aquel día del Kursaal con Henry Levy,  Savater, en el escenario, enrojecía y le hacía gestos para que terminara los elogios.
Eso ya pasó, la ETA fue vencida. Pero fue una victoria amarga, pues pronto pudimos constatar que el daño que había ocasionado no fue solo a las víctimas, sino a todos los ciudadanos, y ese es un daño duradero que ha tenido consecuencias. Las décadas de terror consiguieron acallar unas ideas, lograron el sometimiento de la mayoría, crearon una sociedad presta a aceptar los postulados del nacionalismo. Ser nacionalista se convirtió en el grado cero de la posición política común a todos.  Se dice que la violencia de ETA no sirvió para nada pero no es así. Quienes sostenían un discurso distinto al nacionalista fueron directamente eliminados, líderes importantes como Fernando Buesa o Gregorio Ordoñez, un referente de otro pais posible,  desaparecieron y sus ideas se hicieron prácticamente clandestinas; nadie era capaz de defenderlas en público. El miedo logró sus frutos.
La paradoja es que hoy el más beneficiado por la derrota del terrorismo sea el que fue más tibio con él, el PNV, que ha recogido el voto de la moderación, el del posibilismo, el del mal menor, puesto que los partidos españoles fueron desarbolados. Un PNV  que se viste de pragmático, o de guardián de las esencias, según sea la circunstancia.
Seguramente todo esto es injusto, las cosas debían haber sido de otra manera; el fin de ETA debía traer su descredito y el compromiso de no volver nunca a las andadas, la autocrítica y el arrepentimiento de quienes fueron capaces de matar a los demás para imponer sus ideas, la vergüenza de quienes miraron para otro lado. Pero no ha sido así. Casi nunca las cosas son así.
Hoy, pensé en la caseta de la plaza, viendo a la gente que pasaba mirando de reojo los libros de Savater en el mostrador sin pararse, puede que la personificación de todo esto, la imagen que mejor resume la situación actual sea la de Savater sin salir de casa, triste, desesperanzado, casi ajeno ya a los avatares de la política en estos días de elecciones que volverá a ganar el PNV.  Olvidado en su ciudad, cuando debía ser de nuevo aplaudido por las calles, como en aquellos días negros en que se atrevió, sin darse importancia, a plantar cara y hacer lo que nadie hubiera imaginado.

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