Después de tantos años, otra vez
bajo los cielos broncos
del diciembre navarro
y nos resuena enseguida, aunque estemos todavía en septiembre, la palabra broncos, como si fuera un adjetivo demoledor, o lo bronco fuera nuestra seña de identidad, o un dardo lanzado desde la dulce Galicia.
Pero también aquí, una mañana, en el café cotidiano del Sario, Ricardo me habla de pronto de ese Sol de noviembre, que el también ha visto brillar, de la propensión del poeta a ser más de uno, a los yoes dentro del yo, y yo, yo mismo, recuerdo al poeta enamorado que baja del coche descapotable, al hombre que en la Oración por nosotros, los de siempre, está a punto de intuir que el peor pecado, como por otra parte sabe, es el pecado de los buenos.
Saludo a Miguel D´Ors y lo propongo de candidato en este tiempo de candidatos a algo: a gran birloque, a vate menor, a gran iluso, a poeta maduro, a ministro plenipotenciario. Propongo a quien proceda que lo traiga para que el poeta hable, lea sus poemas, se len impongan medallas, aunque sean virtuales, aunque estén gastadas como las mismas palabras que han de pasar por la uvi, gastados (o no) como lo pueden estar un hombre y una mujer después de la locura de mil besos.
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