Aprovechando el largo día de Helsinki, a donde he venido a parar estos días, subo a la pequeña colina del observatorio, junto al barrio de Eira, el de las embajadas, desde donde se contempla la ciudad extendida, las pequeñas islas que salpican el mar, las dos catedrales de la ciudad, ortodoxa y luterana, las grandes casas modernistas y pienso en el escritor Ganivet, que estuvo aquí de cónsul y que habla de esta vista en alguna de sus páginas. Ganivet es un escritor que anuncia la generación del 98, la preocupación por España, la extrañeza por ese país derrotista, dividido, irreconciliable consigo mismo y que él define como senequista. Ganivet fue cónsul aquí, cuando Finlandia pertenecía a Rusia y al cerrarse el consulado pasó a Riga. Allí una fría mañana de invierno, justo el día en que llegaba su amante desde España, se tiró a las heladas aguas del Báltico y se ahogó. Dicen que desde el barco lograron salvarlo, pero al ser izado de nuevo a cubierta, volvió a tirarse de nuevo y desapareció. Tenía poco más de 30 años. Puede que este terrible final haya beneficiado a Ganivet, y le haya hecho entrar en los libros de historia y en esa lista de escritores suicidas y atormentados que atraen mucho. Pero en su muerte siempre se ha visto también un acto de protesta, una declaración de pesimismo ante el futuro de su patria, una revancha frente al amiguismo y la falta de reconocimiento del mérito que presidían la vida política y literaria del momento. Ganivet era un hombre de mucho talento, pero que decidió desperdiciarlo. Ganivet habla mucho de Finlandia en sus textos. En cierto modo este norte laborioso y ordenado, de rigor luterano, es todavía el negativo de España y hace pensar en Ganivet. Hace sol estos días en Helsinki, y la gente saca a los niños por el parque cantando a su encuentro. En el supermercado, hay filas donde uno puede cobrarse a sí mismo, pasando los productos por el lector, a solas con su conciencia, a cuya cuenta acostumbran a confiar aquí las cosas.
(Publicado DN 28 abril)
martes, abril 29, 2014
martes, abril 22, 2014
Soledad
Muchos años más tarde, frente a la hoja de periódico que anunciaba su muerte, habría de recordar el día en que fui a comprar su libro. Era una mañana fría de primavera, y en la librería vacía la portada con las letras azules destacaba mirándome de frente desde la estantería. Entonces no me fijé, pero al llegar casa noté que una de las letras del título, una E, tenía una errata y miraba al lado contrario, hacia la izquierda, y recuerdo que pensé ir a cambiarlo, sin caer en cuenta que ese error podía ser a posta o, como me enteré luego, una rareza que daba al libro un halo de coleccionismo. En las semanas siguientes, mientras lo leía, fui en algún momento hacia atrás e hice un croquis con los personajes, todas aquellos Úrsulas y Aurelianos, para hacerme cargo, pues yo aun pensaba que en una novela se cuenta una historia certificable y que es preciso ubicarse en ella como en la propia familia. Pamplona, entonces y desde luego ahora, tenía poco que ver con Macondo. Todavía había tipos airados que tiraban cocteles molotov contra el escaparate de El Parnasillo por exhibir libros poco recomendables, algo que a día de hoy produce cierta melancolía, pues quería decir que daban al libro un gran poder. Algo parecido a aquellos dictadores que también se empeñaban en prohibir la letra impresa. Nada de esto ocurre ya hoy, no hay ningún poderoso que se moleste en prohibir algo que apenas puede hacerle daño. Nunca un libro volverá a tener la importancia de Cien años de soledad en las librerías, nunca un muchacho en una ciudad pequeña se acercará trémulo a unas páginas como si fuera a recibir la buena nueva. No hay hoy un lugar en el mundo donde un libro pueda competir con la proliferación de imágenes y mensajes, con el share de las audiencias y el aluvión de datos de internet, en el que es imposible discriminar donde se encuentra algo válido y potente capaz de cambiarnos de una vez. Eso ya no existe. Existe Macondo en la mente de muchos lectores, existe la mañana luminosa en que encontramos un libro y moramos la poblada soledad que es leer y que nos suspende en el tiempo.
(Publicado Diario de Navarra 21 abril)
(Publicado Diario de Navarra 21 abril)
miércoles, abril 16, 2014
martes, abril 15, 2014
Reformas
Manuel Valls, nuevo primer ministro francés, ha anunciado su intención de reducir el número de regiones de Francia a la mitad, de 27 a 12 ó 13, en el marco de una gran reforma del Estado y la administración local y departamental. Esta disminución se haría mediante fusión de regiones –en caso de no haber acuerdo, la decisión sería del Estado- y busca, por encima de cualquier otra cosa, un mayor ahorro y eficacia. Proponer algo así en España, es lo primero que uno piensa, sería imposible, un sacrilegio, algo fuera del debate político. Imaginemos al gobierno central reorganizando el mapa y fusionando a unos y otros. En realidad en Europa las cosas van en sentido opuesto a lo que ocurre aquí, y lo que se lleva es el fortalecimiento de las grandes naciones que intentan unir al conjunto de los ciudadanos para afrontar los grandes problemas comunes. Desde que Valls fue nombrado, tras la derrota socialista, por ejemplo, ha prometido reformas radicales que pasan por grandes recortes -50.000 millones en los próximos años-, pero también una importante rebaja de impuestos y cotizaciones sociales. Su proyecto político es el de un patriotismo francés que haga reaccionar al país frente al miedo ante el futuro. No está mal para el hijo de un inmigrante español. Algo parecido sucede en Italia, donde la llegada de Renzi ha traído también un aire reformista desconocido en un país que vive en crisis política permanente, hasta el punto que, como dijo alguien, allí la situación siempre es grave, pero no seria. Renzi se ha comprometido a una serie de cambios radicales y cada mes quiere adoptar una gran reforma. De momento, ha limitado el sueldo máximo de los políticos y ha logrado llegar a un acuerdo de reforma electoral con Berlusconi, que fortalece el bipartidismo y limita la influencia de los partidos pequeños, para hacer un país más gobernable. Como Valls, el izquierdista Renzi ha propuesto una rebaja de impuestos a quienes ganan menos de 1.500 € para “que los padres puedan ir con los hijos a la pizzería”. Bienvenidos a Europa.
(Publicado DN abril 2014)
martes, abril 08, 2014
Foto
El fotógrafo Pedro Armestre ha ganado el premio Ortega y Gasset de periodismo con una foto del encierro de Pamplona tomada la mañana del día 7 de julio pasado, donde se ve la calle Estafeta desde arriba repleta de corredores, la gente que llena los balcones mirando pasar a esa masa imponente que hace que los toros no lleguen a distinguirse. La foto está tomada desde el comienzo de la calle que, como un embudo, recoge ese río que fluye, casi sin cauce. Alguien que no tuviera noticia de qué va un 7 de julio en Pamplona, no podría entenderla. Para ser una foto del encierro no es habitual, pues no se ven cogidas, lances peligrosos ni caras de susto, sino puro gentío. No es una foto dramática, sino que muestra lo obvio: la masa, la falta de espacio, la aglomeración de un amanecer de verano, en el que el sol acaba de colarse y tiñe de amarillo un lado de la calle, de tal modo que al verla uno no se explica como es posible que aquello se mueva. Es un cuadro de claroscuros, de colores vivos, de grandes contrastes. Recuerda quizás a esas pinturas de desfiles pasando por la calle con banderas y uniformes, en los que casi se escuchan los vítores desde los balcones. Solo le falta algo de olor y el chillido de los vencejos desde el cielo. Trapiello, que ha comentado también la foto en su blog, ha dicho que está a medio camino entre Canaletto y Blade Runner, pasando por Quo Vadis y que es una foto que despertará en unos el deseo de ir a ese lugar y a otros, aborrecerlo, que es el todo o el nada que acompaña a los sanfermines. Al verla, uno entiende que tratar de ordenar algo así es como poner normas en la estampida de un incendio. La imagen recuerda otros sitios donde las masas son protagonistas: los fieles en la Meca dando vueltas en torno a la Kaaba, o el baño de multitudes en el Ganges. Pero son quizás lo balcones de la parte izquierda de la Estafeta, con esa luz dorada que los baña, lo que dan a la foto un toque de alba prodigiosa, de día recién estrenado, de comienzo de la fiesta y del mundo, cuando las promesas están intactas y todo está por llegar.
(Publicado DN 7 abril)
(Publicado DN 7 abril)
viernes, abril 04, 2014
Ida
Michel Haneke (el director de La cinta blanca, y Amor) dijo en la entrega del Premio Príncipe de Asturias de las artes, que el cine es el arte mas joven, pero el mas potente, y que sus efectos en el receptor no se pueden comparar con los de un cuadro o la musica, por ejemplo. El cine tiene una gran capacidad de avasallamiento, de someter al espectador, dejandolo a su merced, mediante un lenguaje muy efectivo. (Vemos un helicóptero ametrallando a un grupo de campesinos, y no podemos dejar de mirar). Cierto tipo de cine nos atrapa y nos absorve y nos puede llevar a donde quiere. El cine puede ser el gran manipulador.
Ida es un pelicula que renuncia a ese poder efectista, absorvente y avasallador del cine. Una pelicula de planos fijos, en blanco y negro, sin trucos ni efectos especiales. La protagonista parece, en alguna toma, sacada de un cuadro de Vermeer. El personaje que la acompaña, esa mujer atormentada y destructiva, compone con ella una pareja dramática . Una monja en Polonia, años 60, en busca de un pasado familiar.
Solo prescindiendo del poder se es de verdad poderoso.
Ida es un pelicula que renuncia a ese poder efectista, absorvente y avasallador del cine. Una pelicula de planos fijos, en blanco y negro, sin trucos ni efectos especiales. La protagonista parece, en alguna toma, sacada de un cuadro de Vermeer. El personaje que la acompaña, esa mujer atormentada y destructiva, compone con ella una pareja dramática . Una monja en Polonia, años 60, en busca de un pasado familiar.
Solo prescindiendo del poder se es de verdad poderoso.
miércoles, abril 02, 2014
Reirse
La kale borroka ha sido objeto de broma en la película que arrasa en taquilla, 8 apellidos vascos, que todavía no he ido a ver (he visto los trailers, y he seguido “Vaya semanita”, me hago una idea) pero a la vez se vuelve a hablar de su reaparición con la bronca tras las marchas sobre Madrid y la huelga de estudiantes en Pamplona, donde grupos de jóvenes atacaron a la policía y destrozaron locales, como si volviera de nuevo la ira de esos encapuchados que parecen en guerra con el mundo. Si Eta siguiera activa, ha dicho Emilio Martínez Lázaro, el director de 8 apellidos, no hubiera hecho la película. Seguro que entonces le hubiera parecido mal frivolizar con algo que, aunque a veces se presentaba como gamberradas de chicos, respondía a la decisión de la propia Eta de desestabilizar y atemorizar a la población, utilizando la frustración y la ira inoculada a algunos jóvenes, además de servir de cantera de nuevos terroristas. Pero lo cierto es que tampoco con la Eta activa había mucha gente que se animara a reírse abiertamente de cualquier rasgo considerado propio de lo vasco y parodiarlo como se hacía con otras cosas. Con lo vasco, ni una broma, era una norma que casi nadie osaba retar. Recuerdo que cada vez que venía Els Joglars a Pamplona nos llamaba la atención su corrosiva forma de de reíse de la retórica catalanista, y con todos los símbolos que le son mas preciados, desde la moreneta hasta el Barça y no digamos con la figura de Jordi Pujol, al que ridiculizaron con saña en Ubú president, donde el molt honorable aparecía en escena revolcándose con un bandera catalana. Si algo así se hubiera hecho con la ikurriña, todas las risas se hubieran helado de pronto. Aquí nos reíamos mucho con el tricornio, y la caspa española, que salía gratis, pero a la caspa propia, ni tocarla. Reírse por fin de tener 8 apellidos vascos está muy bien y es liberador, como si de pronto fuera posible tomarse a broma lo que antes despertaba un temor reverencial.
(Publicado DN 31 marzo)
(Publicado DN 31 marzo)
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