La kale borroka ha sido objeto de broma en la película que arrasa en taquilla, 8 apellidos vascos, que todavía no he ido a ver (he visto los trailers, y he seguido “Vaya semanita”, me hago una idea) pero a la vez se vuelve a hablar de su reaparición con la bronca tras las marchas sobre Madrid y la huelga de estudiantes en Pamplona, donde grupos de jóvenes atacaron a la policía y destrozaron locales, como si volviera de nuevo la ira de esos encapuchados que parecen en guerra con el mundo. Si Eta siguiera activa, ha dicho Emilio Martínez Lázaro, el director de 8 apellidos, no hubiera hecho la película. Seguro que entonces le hubiera parecido mal frivolizar con algo que, aunque a veces se presentaba como gamberradas de chicos, respondía a la decisión de la propia Eta de desestabilizar y atemorizar a la población, utilizando la frustración y la ira inoculada a algunos jóvenes, además de servir de cantera de nuevos terroristas. Pero lo cierto es que tampoco con la Eta activa había mucha gente que se animara a reírse abiertamente de cualquier rasgo considerado propio de lo vasco y parodiarlo como se hacía con otras cosas. Con lo vasco, ni una broma, era una norma que casi nadie osaba retar. Recuerdo que cada vez que venía Els Joglars a Pamplona nos llamaba la atención su corrosiva forma de de reíse de la retórica catalanista, y con todos los símbolos que le son mas preciados, desde la moreneta hasta el Barça y no digamos con la figura de Jordi Pujol, al que ridiculizaron con saña en Ubú president, donde el molt honorable aparecía en escena revolcándose con un bandera catalana. Si algo así se hubiera hecho con la ikurriña, todas las risas se hubieran helado de pronto. Aquí nos reíamos mucho con el tricornio, y la caspa española, que salía gratis, pero a la caspa propia, ni tocarla. Reírse por fin de tener 8 apellidos vascos está muy bien y es liberador, como si de pronto fuera posible tomarse a broma lo que antes despertaba un temor reverencial.
(Publicado DN 31 marzo)
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