martes, junio 10, 2014

Monarquia



Es difícil saber por qué se va el rey Juan Carlos, pero hay quien dice que lo hace en el peor momento, y que su salida es una forma de decir: ahí os quedáis, a ver qué hacéis. El futuro Felipe VI se enfrenta a una situación complicada. Tal vez no tanto como la de su padre,  por quien no se daba un duro en su día  y que ha reinado una época larga y fecunda, con la baraka casi siempre a su favor, pero la conmoción política actual, con el órdago independentista, la profunda crisis de la política, y el propio desprestigio de la corona no presentan un panorama mucho mejor. Para Felipe, se abre la incógnita. Eso me hace pensar que la monarquía es algo de mucho lustre,  pero a la vez un destino impuesto que no siempre debe resultar apetecible y me hace recordar el ejemplo de Claudio, aquel emperador romano  contrahecho y tartamudo, que se puso de moda con la serie Yo Claudio,  a quienes los soldados  pretorianos que acababan de matar a su penoso sobrino, Calígula, encontraron escondido tras los cortinas y le obligaron  a convertirse en emperador, ya que era el único hombre adulto de la familia, lo que  tuvo que aceptar para salvar el pellejo.  En realidad lo hicieron porque pensaban que era tonto, y que sería fácilmente manipulable, pero Claudio, que era un hombre culto y con recursos, se destapó como un  buen  gobernante, ganó gran popularidad y se dedicó a acrecentar el imperio, y terminó convirtiéndose en el  hombre más poderoso de su tiempo. Otro monarca, Amadeo de Saboya, traído por el General  Prim para terminar con la dinastía de los Borbones, se enfrentó a la hostilidad de la corte y al desdén popular y se fue de Madrid a los pocos meses renunciando a la corona. Ser rey es una carga que tiene que gustar mucho para poder ser sobrellevada y  no es extraño que haya lugares en que se extinguió la monarquía pues no había nadie dispuesto a ostentarla,  y otros en que debía ser confiada extranjeros, de acuerdo a testimonios de la antigüedad. Se rey es dejar expropiar tu vida para convertirte en una especie de símbolo,  algo  poco entendible en este mundo de hoy, donde una república parece siempre mejor, aunque alguna sea como la de Kim Jong Un.

(Publicado DN 9 junio)

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