Los hombres acostumbran a ser de carne y hueso, producto de su época y sus circunstancias y a partir de ahí han de hacer o no hacer algo, vivir una vida intensa, enredada en proyectos, seguramente contradictoria y fallida muchas veces, o vivir una vida gris y acomodaticia sin arriesgarse; las de Huarte y Urmeneta, a quienes se ha dado una medalla, son más bien del primer tipo, volcadas siempre en algún empeño, imparables, con el rasgo de los hombres de acción, barojianos; Urmeneta, por ejemplo, pasó por la guerra y luego por la división azul, una expedición en la que hubo de todo: rojos que querían disimular, buscavidas, idealistas, el propio cineasta Berlanga, recuerdo, o Ridruejo, un falangista de primera hora que luego cambió, renunció a todo y combatió el régimen. Puede que Urmeneta tuviera ya el corazón nacionalista, y que la coyuntura le llevara por otro lado, pero el tiempo demostró que la cabeza la tenía muy pragmática, y que puso por encima de todo ese talante íntegro y responsable que siempre tuvo, y en eso se `parece a otro navarro eminente, Manuel Irujo, un nacionalista vasco que terminó siendo ministro de justicia, pero de la república española, y logró poner orden y terminar con los paseos y matanzas indiscriminadas en el Madrid republicano. Salirse del molde, escapar a lo previsible, cambiar, ese es el valor que nos exige a veces la vida, en la que nada está escrito. También en aquellos años 60 había que tener la mente clara, pues si Huarte y Urmeneta, ente otros, no se hubieran empeñado en impulsar el plan de industrialización, es decir, el progreso, Navarra hubiera seguido siendo una especie de reducto, una caja de esencias tradicionales, encerrada en sí misma, tal como querían algunos, amoscados ante el temor de que algo pudiera cambiarla. Recordar la figura de estos dos hombres, que hicieron lo que pudieron e incluso un poco más, en unos tiempos oscuros, puede que sea oportuno en esta hora, necesitada, tal como ha explicado el filósofo Gomá, de una nueva ejemplaridad pública, de algún modelo que, aunque no sea perfecto, nos saque de tanta queja y tanto desánimo.
(Publicado DN 8-XII)
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