martes, abril 12, 2016

Camilleri

He leído a Camilleri mientras viajaba por el sur de Italia, lo cual era como llevar una guía de viaje, porque uno se encuentra a los tipos que retrata por todas partes, pero no una de sus novelas de Montalbano, que le han hecho tan popular, sino “El caso Santamaría”, que es su último trabajo y que va de una enredo político en que se ve envuelto un funcionario formal y metódico, de probada honestidad, que ha de inspeccionar un banco en que confluyen interés muy turbios,  pero sobre todo es una historia  de lo que una mujer bella y joven puede hacer en un hombre maduro, es decir, hacerle perder la cabeza. La novela es breve, precisa, exacta. Funciona como un reloj suizo.  Camilleri tiene 91 años pero se conserva lúcido y tiene un extraordinario oficio. Es una prueba de que escribir es una carrera de fondo. Él lo hace todos los días durante tres horas, a duras penas, porque casi ha perdido la vista, pero no la curiosidad ni el afán de entender, algo que debería ser contagioso.  Siempre ha vivido en Roma, aunque vuelve  a Sicilia cada año y comenzó a escribir tarde, después de jubilarse de la RAI. Es uno de los creadores  de la novela negra del sur, junto con Vázquez Montalbán y el griego Márkaris, un contrapeso a la novela negra del norte, que produce mucho más frío. Una vida tan larga da para mucho. Cuenta que fue arrastrado al fascismo en los año 30, como tantos jóvenes, pero se desengañó pronto. Fue luego comunista durante años, como tantos intelectuales, de aquel  PCI que era el más importante de toda Europa, y que buscaba un compromiso con la Democracia Cristiana, una alianza entre las dos grandes corrientes políticas del  siglo,  que no fue posible. “Mis ideas políticas no son realizables, porque han fracasado en todas partes, como  es evidente” reconoce ahora,  al final de su vida, lo que no es usual. Sin embargo, echa en falta una izquierda nueva. En las fotos, Camilleri tiene cara aplanada como la de un pescado o una  máscara griega y sonríe satisfecho con el cigarro en la mano, como si fuera pronto para dejarlo. Un hombre formal y metódico, de izquierdas, casado hace muchos años, que no ha perdido la cabeza.
(Publicado Diario Navrra 11/4)

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