martes, agosto 08, 2017

Diario de Hendaya (2)

1 de mayo. Hôpital Marin



Llego de nuevo a Hendaya. La luz de mayo es como un empaste de pintura dorada sobre el mar. La playa, ya tarde, parece hecha de nuevo, distinta a cuaquier otro día. Tuerzo a la altura del Resto de l´ Ocean, cerrado, y paso por el Hôpital Marin para ir a a casa y veo de nuevo esos grandes pabellones de otra época, esa arquitectura de sanatorio o de centro de reclusión  que ocupan una gran extension frente al mar, al final de la playa. Es un vasto complejo que data de finales del XIX, cuando unos médicos comisionados de Paris instalaron un gran sanatorio con ideas higienistas, laicas y benefactoras, en el espíritu de la época, para traer niños enfermos, y que luego ha ido acogiendo distintas patología. Un gran centro que siempre se ha dedicado a atender lo mas grave: el grand handicapé, las lesiones medulares, tetraplejias, las enfermedades degenarativas, síndromes de nombres inciertos, la esclerosis lateral, demencias, psicosis;  enfermos que apenas pueden andar y valerse por sí mismos, hombresy mujeres presos de una agitación continua, que gritan de noche aullidos ininteligibles, mas allá de todo significado, o esos seres ensimismados, quietos en un espacio cercado frente al mar, algunos flacos como un suspiro,  otros obesos, incapaces de  tenerse en pie por sí solos,  que permanecen allí sin hablar.  Este viejo y enorme hospital remozado, sus internos y visitantes, dan  a la playa de Hendaye en verano un caracter muy especial. Hombres en sillas de ruedas conducidas con la boca, o jóvenes retorcidos en la silla acompañados por una enfemera vienen y van por el paseo. Se diría que aunque se hagan esfuerzos por pasar de largo, están ahí.  Una legión de asistentes acuden también  para poder atenderlos. Toda la playa frente al hospital -la handiplage-  se llena cada día  de enfermos del hospital y también de minusvalidos de otros sitios que vienen a bañarse.  La playa, así, adquiere un carácter insólito, como si un obstinado principio de realidad   se impusiera  a la ligereza del tiempo vacacional. Somos mortales, somos de frágil carne y hueso, parecen recordarnos. Son el recordatorio del cuerpo, atravesado siempre por una biografía particular, una historia, lleno de marcas. Ahora, recién estrenado mayo, ya se ven algunos enfermos en el hospital.  La temporada ha empezado y las paredes de los pabellones parecen recién pintadas, dispuestas para la llegada de muchos más. Vienen a tomara las aguas del mar, como los primeros bañistas románticos, como aquellos primeros niños que sacaban de la ciudad fétida y sus vapores contaminados, para respirar la brisa del mar, llena de sal y de iodo.  

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