15 agosto. Cajón de Sastre
Dolo Marina. "Bahía de Txingudi al atardecer". |
Me acerco, a curiosear pero el pez ya está a buen recaudo, como si fuera un secreto. “Plaza Eva Forest”, pon en un cartel sobre una tapia, allí mismo. Eva Forest fue la mujer de Alfonso Sastre, y estuvo involucrada en el atentado de Eta de la calle Correo y en el de Carrero Blanco. Parece que fue ella quien escribio "Operación ogro". En aquello años todo estaba muy mezclado, todo parecía anti franquismo, pero la pareja de Eva y Alfonso cortaron pronto con el PCE, por considerarlo reformista y apoyaron siempre a la izquierda abertzale, justificando las fechorías de Eta, sin desfallecer nunca. A juicio de Lidia Falcón, que los conoció bien en los años duros “Eva era la activista y Alfonso le intelectual”. Cuando en 2009 una ETA en su fase final asesinó al socialista Froilán Elespe, en uno de sus últimos atentados, Sastre, el intelectual, escribió uno de sus artículos en Gara, amenazante como todos, advirtiendo que si el gobierno se empecinaba en no negociar con Eta, cosas así se iban repetir. “Lo que se llama terrorismo es una forma particular de la guerra. En cualquiera de los casos, sin embargo, se trata de matar al enemigo, así como suena: de matar al enemigo”, había escrito en los 80. “Quienes hacen esas acciones, a veces atroces, tienen una conciencia moral muy fuerte y son más sensibles a los sufrimientos humanos, a pesar de que los provoquen, de la que tienen esos que los condenan”, nos ilustró en los 90 sobre el noble carácter de los terroristas.
Sastre y Eva vivieron en Fuenterrabía durante años, con el apoyo del entramado abertzale, que los mimaba y los exhibía. Ambos tuvieron puestos políticos representando a HB. Forest murió hace unos años, y sus cenizas se lanzaron, al parecer, a esta bahía de Txingudi. Sastre todavía vive. Recibe homenajes, en los que aparece satisfecho, con la boina puesta. Fue un dramaturgo notable, al menos durante una época, que comenzó con Alfonso Paso y tuvo una gran diatriba con Buero Vallejo, que no veía el teatro como un arma de combate. El caso de Sastre confirma la ceguera y el sectarismo de muchos intelectuales y escritores, la tendencia a remediar el mundo a su antojo, la superioridad intelectual, la simplificación de las cosas, el radicalismo verbal, la tendencia a vivir –bastante bien- al abrigo de una causa que les dota de un salvoconducto de superioridad moral. “Sastre es autor genial, pero, al igual que Bergamín, se ha encerrado en una ideología”, escribió Francisco Nieva.
Miro Fuenterrabía allí enfrente, donde acaba de aterrizar el avión. Se ve la parroquia en la que de vez en cuando dan las horas. Me pregunto quien decidió, en Francia, poner este nombre al muelle, a la plaza. Con el tiempo, nadie recuerda de quien se trata, me consuelo. Luego, miro el agua que pasa lenta y recuerdo que por esta misma zona donde el Bidasoa termina y acaba en el mar, venía a pasear Unamuno cuando estuvo exiliado en Hendaya, para poder ver dese aquí un trozo de España, la cercana Fuenterrabía que parece al alcance de la mano. "Paseo de Don Miguel de Unamuno", podría ser una alternativa más justa.
El pescador de la gorra, el tercero, el francés, no ha logrado nada, recoge y se acerca a los otros dos que esperan quietos junto a las grandes de cañas fijas. Hablan en francés entre ellos, aunque uno de los españoles traduce de vez en cuando al otro. Hablan de capturas, de día buenos, de que parece que ayer alguien sacó una gran dorada allí cerca. Deux pecheurs et deux chasseurs, quatre menteurs, dice el francés sonriendo. Bajo el puente, dice luego señalando hacia el puente de Santiago, que franquea el paso sobre el Bidasoa entre Francia ya España, hay siempre grandes peces. La pareja asiente. Uno de ellos, el más joven, moreno, sin tatuaje, recuerda que un día había allí un gran pez que no atendía a nada, por mucho que se acercara cebo de quisquilla, de cangrejo, gusano, pasaba impertérrito frente a todo, hasta que de pronto, dice el chico moreno, se acercó un viejo y puso despacio un grillo vivo en el anzuelo, luego lanzó al agua y en cuanto el grillo tocó e agua el pez entró sin dudarlo y el viejo lo cobró. ¡Un grillo!, dicen los otros, extrañados. La verdad es que cuesta creerlo.
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