Habla el gran Kapuscinsky en Ébano, libro (imprescindible) que recoge sus andanzas por Africa, de la comunidad de los Ibo, pueblo que, según asegura, no conoce la noción de culpa y cuyos miembros no sienten remordimientos ante las malas acciones, salvo que éstas sean descubiertas. Sostiene K que frente a nuestra tradición cristiana que interioriza la culpa y provoca el remordimiento y la mala conciencia, la tradición africana viviría de forma más laxa la responsabilidad individual. Todo esto es muy discutible. El propio K, en el mismo libro, relata el trágico destino de Rwanda, y la culpa aniquiladora que aquejó a multitudes enloquecidas en el enfrentamiento entre los hutus y los tutsis. Mi amigo A, cuya opinión estimo mucho, y al que conté las peculiaridades de los Ibo en una de estas soleadas mañanas, me replicó que esto le resultaba de todo punto increíble, ya que no es posible hablar propiamente de ser humano sin incluir la conciencia del mal, la culpa y el remordimiento. ¿Es posible? En estos días me he acorado de K y de los Ibo al ver a los acusados de matar a sangre fría a Miguel Ángel Blanco, atendiendo indiferentes al relato de su crimen. Ha sido un espectáculo tan inquietante, que ha hecho surgir enseguida las interpretaciones piadosas. Seguramente, se nos dice, esta gente esté aparentando. En realidad sienten horror de lo que han hecho, pero no están dispuestos a reconocerlo por las consecuencias políticas que supondría. No es posible, viene a decirse, que un hombre permanezca impertérrito, sin mostrar compasión, ante la madre doliente de quien él ha matado. Uno oye las palabras del acusado al final del juicio, despechadas, llenas de consignas gastadas y de estereotipos (del mismo cariz de las que hemos leído luego en un comunicado) y quiere a toda costa pensar que es todo impostura, un velo para no mirar de frente a la verdad. Es difícil hablar con alguien sumido en un monólogo así. Mas difícil que entendérselas con un Ibo.
(Publicado en DN el 26-6-06)
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