Han envenenado con Polonio a un espía ruso contrario a Putin. Hemos visto su imagen herida de muerte en los periódicos. Por donde pasó el espía dejó un rastro radioactivo y el transporte del veneno en avión pudo afectar a 30.000 pasajeros. Seguramente vivimos en una novela que a veces es cómica y a veces macabra. Mientras el espía cerraba los ojos y su cuerpo radioactivo todavía no era apto par los forenses, comenzaban a encenderse las luces de Navidad en las grandes ciudades de Europa, como si provinieran del resplandor de un cuerpo al apagarse. En la Plaza del Castillo han puesto un árbol que no es un árbol, sino un falso abeto de alambre cubierto de ramas de pino, con cajas de regalo vacías, envueltas en papel couché. Una metáfora, tal vez, de los 900 euros que nos vamos a gastar cada uno en Navidad. Bombillas de luz dorada cuelgan de los edificios oficiales, como si lloraran por algo y en los balcones de diputación las luces dibujan el disputado escudo de Navarra. Vivimos un drama dentro de una comedia, o una comedia dentro de un drama y Polonio nos suena a personaje de Shakespeare, y no sospechábamos que tuviera un isótopo. Hasta ahora en el avión perdíamos la maleta y el tiempo en la cola de seguridad, pero no pensábamos en algo tan complicado. Es imposible estar alerta contra todo. Es la policía la que está en máxima alerta. Robaron unas pistolas. Con una pistola sobre la nuca mataron a alguien hace años, en una broma macabra, en una comedia trágica y hoy nos toca mirar de frente al asesino. En Zaragoza han decidido suspender un festival de Navidad. ¿Qué haremos ahora con el Pilar, un edificio tan grandes y tan políticamente incorrecto? Habrá que cubrirlo, como cubría aquel artista los puentes y los edificios públicos. En el cielo nocturno se ve el titilar de las luces navideñas, multicolores, los focos que iluminan las calles, el resplandeciente hilo verde del Polonio 210 que se desprende desde abajo, como la estrella que guió a los magos.
(Publicado DN XII-06)
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