martes, noviembre 25, 2014

Larun

Subida a Larun desde Sara. El día es caluroso para noviembre, con bruma y bochorno que desdibuja el paisaje. Los helechos están secos del cálido verano, y un otoño que no ha traído lluvia apenas. Por el camino alguien ha recogido ya las castañas caídas. Un padre con dos hijos pequeños y con boina está parado a media ladera, respirando. Mas arriba  avanza una fila de gente con banderas desplegadas: varias ikurriñas, una de Navarra. Sobre el fondo verde, junto a la arista de roca, la comitiva asciende en fila con las banderas al viento.  Siento un escalofrío. Boinas y enseñas en el monte. Echarse al monte. Desde arriba se ve siempre un mundo falso, miniaturizado,  con sus prados y caseríos bien ordenados, sin gente real, sin conflicto. Un país de mentira. A ras de tierra todo es más feo. Lo sagrado es a lo que uno entrega su vida, lo que le da sentido. Durante un rato el grupo va por delante, luego los pierdo de vista, pero cuando salgo de nuevo al camino más arriba, los veo por debajo, en un pequeño prado, reunidos. Con las piedras que han recogido han escrito en el suelo una consigna: euskal presoak etxera. Desde arriba les saco una foto con el móvil. Pienso en alguien que no supiera nada de esto, un coreano que llegase aquí –si fuera capaz de no perderse por la indicaciones de tráfico- alguien de Saskatchewan, que pensaría al contarle que estos bravos muchachos claman en el monte por que salgan a la calle presos que han matado por una abstracción a gente real. Arriba hay bruma y se ve a lo lejos San Juan de Luz, Hendaya y los feos bloques que se construyeron en la playa de Fuenterrabía. Junto a  la cima hay un monolito con un águila imperial que cuenta que a la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III -una época de cartón piedra que nadie recuerda- le gustaba venir hasta estas alturas  y ver el paisaje, los prados, los rebaños de ovejas, al fondo el mar. 

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