Todavía hay grandes bolos de nieve helada cuando voy a casa, después de esta semana de intenso frío, pero el sol ha salido un rato y el tiempo ha templado, un petirrojo busca aquí y allá, torciendo su cabeza, y mientras voy andando me cruzo con chicos disfrazados de pieles roja y de ranas verdes volviendo del colegio, un crío muy pequeño, que también recuerda al petirrojo, va del brazo de su madre vestido como un personaje del carnaval de Lanz, con su gorro de cucurucho, la cara tapada, las cintas y una escoba en la mano, como un Chacho de los que terminan moliendo a palos a Miel Otxin, el bandolero. Es carnaval. Un tiempo de exceso que antes se contraponía a la cuaresma con sus ayunos y rigores. Sin una no había del otro. Don carnal contra doña cuaresma. El carnaval es un hijo del cristianismo, o mejor del catolicismo, que siempre ha tenido una moral muy particular, una mezcla de exigencia y permisividad, que entiende que si se ha de hacer sacrificios y penitencias antes hay que pecar a conciencia, hay que dar un poco de suelta, y esa mezcla de pecado y perdón, de flaqueza y misericordia, siempre ha regido el calendario y las costumbres, ha organizado el comercio de las almas y la salvación, y algo de eso hay todavía hoy en ese rasgo colectivo de la doble moral, del predicar y no dar trigo. Mientras el hombre ha creído que su vida estaba sometida a fuerzas sobrenaturales, el Carnaval ha sido posible, escribió Caro Baroja, uno de los impulsores de la revivencia, como la llama, del carnaval de Lanz en 1964, con su desfile de personajes, zaldiko, ziripot, Miel Otxin, que es para él, el carnaval en sí mismo, juzgado y quemado y que se termina y evapora como el invierno que declina y el tiempo viejo. Poco de esto tiene ya razón de ser hoy, donde el carnaval con sus máscaras y su disfraz, esa excitante sensación de estar oculto, irreconocible -es decir, impune- se ha traslado por encanto a la noche de fin de año, como si algo de la vieja necesidad de ser por un rato otro, alguien distinto, no siempre yo, todavía buscara su momento.
(Publicado DN 16 febrero)
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