En medio del ingrato desierto está el oasis de Palmira, en Siria, donde dicen que paraban las caravanas en la ruta de la seda, y que llegó a ser ciudad romana y nabatea -ese pueblo que también edificó Petra- y de todo ello todavía quedan edificios en pie, templos y estatuas que se salvaron casi por casualidad del paso del tiempo, las hordas guerreras, el clima extremo, los vendedores de reliquias, las guerras modernas; restos que ahora peligran por el furor islamista bajo la forma del llamado Estado Islámico, esa nueva versión de la manía iconoclasta que cada cierto tiempo asola el mundo, la necesidad de acabar con signos y representaciones -no hacer imagen de Dios- y puede que dentro de poco veamos escenas como las de los budas de Bamiyan, cuando los talibanes volaron esas grandes estatuas de Gautama labradas en la roca, o las del museo de Mosul, cuando vimos destruir a martillazos efigies de viejos dioses, no sé si asirios, con barbas de caracol. Puede que ver caer unas piedras sea poco, comparado con la crueldad de este grupo que cuando llega un sitio decapita a oponentes, acaba con los infieles y entierra a las mujeres bajo siete velos, o las vende, poniendo en duda la idea de que el mundo haya progresado algo, pero, sin embargo, la visión de este furia con las viejas piedras nos produce una especial impresión. Es como si viéramos de pronto el fanatismo en estado puro, la ignorante locura del mal gratuito, la simplicidad implacable de unas creencias que no admiten duda, y están dispuestos a acabar con todo. Esos viejos muros, las columnas y capitales que apenas se mantienen en pie, son la pobre huella del hombre civilizado; la urbe frente al desierto; la vida en común y con reglas frente a las plagas de la inhumanidad. Que los hombres se maten entre sí es algo casi trivial. Que existan guerras terribles como ésta, en la que no se salva nadie, no es nada nuevo. La saña de estos destructores de antiguas estatuas, dispuestos a que no quede piedra sobre piedra, es lo que nos asusta.
(Publicado en DN 25 mayo)
martes, mayo 26, 2015
sábado, mayo 23, 2015
Chogolisa
Chogolisa y sus dos cumbres a la derecha |
Gregorio Ariz escribió un libro sobre el secreto de este monte, el Chogolisa, que es la cumbre más alta que llegó a ascender y que, al no llegar a los 8000 metros -como pasa con otras muchas cumbres del Himalaya- ha sido muy poco visitada. Esta montaña está en el macizo de Karakorum, en Pakistan, junto al imponente K2 que sobrepasa los 8.600 metros. Al hablar del Chogolisa el otro día, junto a un grupito de montañeros de la vieja escuela, Gregorio fue poniendo las diapositivas un tanto ajadas de viejas expediciones, cuando para acercarse al campo base se necesitaban decenas de porteadores para acarrear el equipo y las provisiones, y todo era mas costoso y, por supuesto, más romántico. Entonces nadie tenía tanta prisa ni trataba de batir ningun record y, cuando era menester, había tiempo para fotografiarse con el alcalde de un pueblo en el camino, junto a sus tres mujeres. En los cajones de muchos de estos montañeros que hoy son abuelos, hay cientos de fotos y cuadernos de notas, imágenes y relatos de un mundo que ya ha desaparecido, un patrimonio valioso que merecería ser conservado.
En la cima del Chogolisa Gregorio encontró una pequeña muñeca de trapo japonesa. La historia de ese objeto y sus incidencias son el hilo conductor de un libro que rememora una vida montañera de las de antes, afrontada con jersey de lana, botas de cuero y gorra visera. Un objeto en la cima de un monte es un testigo, y un mensaje al que llega después. Es discutible lo que cabe hacer con él: bajarlo o dejarlo allí. Una simple muñeca de trapo, esa es la única reconpensa. Además de poder contemplar, una vez en la vida, el mundo desde allí arriba: los grandes picos y los extensos valles labrados por glaciares que brillan y se entrecruzan .
miércoles, mayo 20, 2015
Contexto
Como si necesitara hacer méritos, y para que no queden dudas, Joseba Asiron, candidato de Bildu a la alcaldía de Pamplona, matiza ahora su apoyo a la condena que firmó en 1998, de la que dice no acordarse (véase la entrevista en DN), por el asesinato del concejal del ayuntamiento, Tomás Caballero. "No recuerdo en qué contexto fue", dice, como si alguien de su edad en Pamplona pudiera no acordarse de algo así; como si para estremecerse por la muerte a sangre fría de un oponente politico por denunciar el matonismo de ETA, hiciera falta un determinado contexto. "El contexto de los días posteriores al asesinato" le recuerda la entrevistadora, a ver si refresca la memoria "Pues no lo recuerdo" insiste Asiron, para largarnos luego la piadosa letanía de que todas las violencias son rechazables y que, lo mismo que de Eta, espera del Estado (tanto monta) un proceso de reflexión y de autocrítica y que no piensa entrar en una "dinámica de condenas".
Este es el mensaje que se manda sin complejos a los votantes, para que no tengan duda de qué significa su voto. Este es el contexto.
lunes, mayo 18, 2015
How old
Teresa Rodriguez. |
(Publicado DN 18 mayo)
viernes, mayo 15, 2015
La pérdida del humano
"El texto que aquí se presenta recoge algunas elaboraciones que he realizado a lo largo de los últimos años en relación a mi mayor preocupación teórica, pero también practica y existencial o vital", dice Lierni en el prólogo de este libro que se presentó el viernes pasado en la librería Katakrak, donde fui invitado a decir alguna cosa.
"Podríamos decir" sigue diciendo Lierni "de un modo genérico que dicha preocupación es la visión que nuestra época tiene del ser humano, la pregunta por aquello que nos constituye, por lo que nos humaniza y nos diferencia del resto de los seres vivos".
Estas pretensiones de Lierni no son ya usuales en un libro. ¡Aquello que nos humaniza! ¡La visión de nuestra época! La felicidad que es posible obtener.... Hoy no se escriben libros así, sería muy osado, muy poco posmoderno. Pero este se atreve con ello, y no se limita a un mero conocimiento hecho de referencias ilustradas y conceptos, sino un saber de otro orden, pasado por la experiencia y que atiende justamente a aquello de lo que el saber, en realidad, no quiere saber.
Tecnociencia, reducción del hombre a pura biología, homologación
que nos iguala a la hora de crear protocolos, adoptar medidas y tratamientos que valen para cualquiera, sin atender a lo particular de cada uno; imposición de lo que se decide que es un bien para el otro, por encima de la relación clínica; todo esto define nuestra época, junto con el empuje al goce: el mandato de disfrutar sin límite, bajo la idea de que todo es posible y que los objetos tecnológicos pueden colmar nuestra falta, eso que nos hace deseantes.
Se trata, pues, de ensayar otro saber.
Por eso no es casual que varios de los capítulos de este libro estén precedidos por fragmentos de textos literarios, porque es distinto saber sobre un duelo o un enamoramiento, un hecho o una época, mediante una historia, que mediante una descripción teórica. Lo primero nos transmite la realidad directamente en toda su complejidad. Logra el efecto de darnos la clave para entenderlo. La mentira del arte sirve para acceder a la verdad. Lo que nos aporta el arte, además, es de un orden que parece ir más allá de la pretensión del artista. Como si el artista tuviera el don de la anticipación, de intuir las cosas, sin buscarlo.
Esta es también lo que expone de Freud en sus ensayos sobre Leonardo o sobre la Gradiva, o de Lacan cuando señala que Margarite Duras escribía lo que él enseñaba.
Tenemos el texto de Freud:
"El novelista ha precedido siempre al hombre de ciencia y en particular al psicoanalista. Ambos comparten el mismo saber pero el artista, por su parte, prefiere no saber que sabe, es algo que no le interesa, incluso que le repugna. El artista, en suma, no sabe en realidad lo que está diciendo".
Sería un adelantarse el del artista que no tendría mérito, pues ni siquiera sabe lo que dice, como el hablante en una sesión analítica.
Atender a esa intuición del artista, prestar atención a lo que nos sugiere y adelanta. De este saber se vale el libro.
"Podríamos decir" sigue diciendo Lierni "de un modo genérico que dicha preocupación es la visión que nuestra época tiene del ser humano, la pregunta por aquello que nos constituye, por lo que nos humaniza y nos diferencia del resto de los seres vivos".
Estas pretensiones de Lierni no son ya usuales en un libro. ¡Aquello que nos humaniza! ¡La visión de nuestra época! La felicidad que es posible obtener.... Hoy no se escriben libros así, sería muy osado, muy poco posmoderno. Pero este se atreve con ello, y no se limita a un mero conocimiento hecho de referencias ilustradas y conceptos, sino un saber de otro orden, pasado por la experiencia y que atiende justamente a aquello de lo que el saber, en realidad, no quiere saber.
Tecnociencia, reducción del hombre a pura biología, homologación
que nos iguala a la hora de crear protocolos, adoptar medidas y tratamientos que valen para cualquiera, sin atender a lo particular de cada uno; imposición de lo que se decide que es un bien para el otro, por encima de la relación clínica; todo esto define nuestra época, junto con el empuje al goce: el mandato de disfrutar sin límite, bajo la idea de que todo es posible y que los objetos tecnológicos pueden colmar nuestra falta, eso que nos hace deseantes.
Se trata, pues, de ensayar otro saber.
Por eso no es casual que varios de los capítulos de este libro estén precedidos por fragmentos de textos literarios, porque es distinto saber sobre un duelo o un enamoramiento, un hecho o una época, mediante una historia, que mediante una descripción teórica. Lo primero nos transmite la realidad directamente en toda su complejidad. Logra el efecto de darnos la clave para entenderlo. La mentira del arte sirve para acceder a la verdad. Lo que nos aporta el arte, además, es de un orden que parece ir más allá de la pretensión del artista. Como si el artista tuviera el don de la anticipación, de intuir las cosas, sin buscarlo.
Esta es también lo que expone de Freud en sus ensayos sobre Leonardo o sobre la Gradiva, o de Lacan cuando señala que Margarite Duras escribía lo que él enseñaba.
Tenemos el texto de Freud:
"El novelista ha precedido siempre al hombre de ciencia y en particular al psicoanalista. Ambos comparten el mismo saber pero el artista, por su parte, prefiere no saber que sabe, es algo que no le interesa, incluso que le repugna. El artista, en suma, no sabe en realidad lo que está diciendo".
Sería un adelantarse el del artista que no tendría mérito, pues ni siquiera sabe lo que dice, como el hablante en una sesión analítica.
Atender a esa intuición del artista, prestar atención a lo que nos sugiere y adelanta. De este saber se vale el libro.
martes, mayo 12, 2015
Ramón Andrés
El mejor servicio que puede prestar un premio es darnos a conocer alguien valioso, y es lo que ha pasado con Ramón Andrés, reciente premio Príncipe de Viana, un pamplonés que salió de aquí hace años y se convirtió en un escritor de verdad, lleno de saberes y de talento, y que ha sido siempre un hombre en segundo plano; alguien que comenzó de cantante de música antigua y luego se retiró del vano mundo a labrar una obra intensa y rigurosa, en la que sigue, ahora en una celda del barrio de Gracia de Barcelona, de tal modo que sin salir de ella ha compuesto un diccionario de música, magia y religión, ha recorrido la historia del suicidio, invocado la necesidad del silencio y la inquietante desnudez de la mística, y ha viajado al Delft del siglo XVII, el que vio a Veermer y a Spinoza, ese judío que levantó el edificio de la Ética mientras pulía lentes, con la excusa de contarnos la historia de un luthier. Andrés es un hombre que siempre ha escrito sobre música, lo que no deja de ser una paradoja, pues la música es algo que no precisa de palabras para transmitirnos verdad y belleza; la que nos salva, en cierto modo, de las torpes palabras con las que apenas podemos expresar nada. Pero a él, es la música la que le ha llevado a entrecruzarse con otras artes, como si todas ellas fueran, como en su origen, una sola. Creíamos que el modelo más preciado de hombre de cultura era el del intelectual comprometido, el artista que toma partido, que se mancha las manos y pone su arte al servicio de las causas justas, pero resulta que hoy hay una función más necesaria, que es sencillamente la de decir no, la de volver la espalda, la de no dejarse arrastrar por los focos, la trivialidad, el dinero y el brillo mediático y resistir empeñado en una obra que sirva de verdad a quien se acerque a ella. Si me obligan a predicar, dice Andrés en uno de sus aforismos, solo lo haría en el desierto. Así es Ramón Andrés: un escritor, podemos decir, en su torre, como el gran Montaigne, que no sale en la prensa ni firma manifiestos, y que ahora no tendrá oro remedio que afinar sus palabras para decírselas a un rey.
(Publicado DN 11mayo)
(Publicado DN 11mayo)
martes, mayo 05, 2015
Registro
Después de varias idas y venidas, en las que el gobierno había amagado con confiar el Registro Civil al cuerpo de registradores de la propiedad, lo que conllevaba que dejaría de ser gratuito, puesto que estos profesionales trabajan con arancel, ha decidido ahora dejar las cosas como estaban. Esta manera errática de tomar decisiones sobre cosas importantes es algo que no suele advertirse, dado que la gente es en general buena y cree que estamos en manos expertas, algo que está por demostrar. El caso es que hasta 1871, en España la cuenta de nacimiento, defunciones y matrimonios, la contabilidad de la población y sus cambios era competencia de los párrocos, en cuyos registros –merece la pena ver esos viejos libros- se inscribían los hechos básicos de nuestra vida, que así, en cierto modo seguía siendo cosa de la Iglesia. El Registro fue una conquista del estado laico y de la legislación civil, que colocaba al individuo por encima de los mandatos de una religión concreta y separaba lo que es de Dios de lo que es del César, una confusión que todavía trae efectos letales en el mundo musulmán, por ejemplo. Esta sencilla competencia de anotarnos en su lista es una labor esencial del estado pues, al inscribirnos en su registro, nos acepta como ciudadanos y nos confiere y garantiza los correspondientes derechos. No en vano esto está a cargo de un juez. No resultaba nada lógico que un estado como el que tenemos, que se ocupa de todo tipo de cosas peregrinas, lleno de entes variopintos, organismos, observatorios sobre sobre el oso pardo, el cambio climático o la corrección del lenguaje se desentendiera justamente de lo que le es más propio. Recuerdo que Sosa Wagner hizo hace tiempo un intento de cuantificar grosso modo estos organismos vagamente administrativos, cuya detección y estudio tiene la complejidad de la entomología y no logró una cifra aproximada. Unas breves líneas en el registro, eso es todo lo que quedará de nosotros con el tiempo, así que merece la pena que alguien tome nota para que no quede duda.
(Publicado DN 4 mayo 2015)
(Publicado DN 4 mayo 2015)
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