El mejor servicio que puede prestar un premio es darnos a conocer alguien valioso, y es lo que ha pasado con Ramón Andrés, reciente premio Príncipe de Viana, un pamplonés que salió de aquí hace años y se convirtió en un escritor de verdad, lleno de saberes y de talento, y que ha sido siempre un hombre en segundo plano; alguien que comenzó de cantante de música antigua y luego se retiró del vano mundo a labrar una obra intensa y rigurosa, en la que sigue, ahora en una celda del barrio de Gracia de Barcelona, de tal modo que sin salir de ella ha compuesto un diccionario de música, magia y religión, ha recorrido la historia del suicidio, invocado la necesidad del silencio y la inquietante desnudez de la mística, y ha viajado al Delft del siglo XVII, el que vio a Veermer y a Spinoza, ese judío que levantó el edificio de la Ética mientras pulía lentes, con la excusa de contarnos la historia de un luthier. Andrés es un hombre que siempre ha escrito sobre música, lo que no deja de ser una paradoja, pues la música es algo que no precisa de palabras para transmitirnos verdad y belleza; la que nos salva, en cierto modo, de las torpes palabras con las que apenas podemos expresar nada. Pero a él, es la música la que le ha llevado a entrecruzarse con otras artes, como si todas ellas fueran, como en su origen, una sola. Creíamos que el modelo más preciado de hombre de cultura era el del intelectual comprometido, el artista que toma partido, que se mancha las manos y pone su arte al servicio de las causas justas, pero resulta que hoy hay una función más necesaria, que es sencillamente la de decir no, la de volver la espalda, la de no dejarse arrastrar por los focos, la trivialidad, el dinero y el brillo mediático y resistir empeñado en una obra que sirva de verdad a quien se acerque a ella. Si me obligan a predicar, dice Andrés en uno de sus aforismos, solo lo haría en el desierto. Así es Ramón Andrés: un escritor, podemos decir, en su torre, como el gran Montaigne, que no sale en la prensa ni firma manifiestos, y que ahora no tendrá oro remedio que afinar sus palabras para decírselas a un rey.
(Publicado DN 11mayo)
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