"El texto que aquí se presenta recoge algunas elaboraciones que he realizado a lo largo de los últimos años en relación a mi mayor preocupación teórica, pero también practica y existencial o vital", dice Lierni en el prólogo de este libro que se presentó el viernes pasado en la librería Katakrak, donde fui invitado a decir alguna cosa.
"Podríamos decir" sigue diciendo Lierni "de un modo genérico que dicha preocupación es la visión que nuestra época tiene del ser humano, la pregunta por aquello que nos constituye, por lo que nos humaniza y nos diferencia del resto de los seres vivos".
Estas pretensiones de Lierni no son ya usuales en un libro. ¡Aquello que nos humaniza! ¡La visión de nuestra época! La felicidad que es posible obtener.... Hoy no se escriben libros así, sería muy osado, muy poco posmoderno. Pero este se atreve con ello, y no se limita a un mero conocimiento hecho de referencias ilustradas y conceptos, sino un saber de otro orden, pasado por la experiencia y que atiende justamente a aquello de lo que el saber, en realidad, no quiere saber.
Tecnociencia, reducción del hombre a pura biología, homologación
que nos iguala a la hora de crear protocolos, adoptar medidas y tratamientos que valen para cualquiera, sin atender a lo particular de cada uno; imposición de lo que se decide que es un bien para el otro, por encima de la relación clínica; todo esto define nuestra época, junto con el empuje al goce: el mandato de disfrutar sin límite, bajo la idea de que todo es posible y que los objetos tecnológicos pueden colmar nuestra falta, eso que nos hace deseantes.
Se trata, pues, de ensayar otro saber.
Por eso no es casual que varios de los capítulos de este libro estén precedidos por fragmentos de textos literarios, porque es distinto saber sobre un duelo o un enamoramiento, un hecho o una época, mediante una historia, que mediante una descripción teórica. Lo primero nos transmite la realidad directamente en toda su complejidad. Logra el efecto de darnos la clave para entenderlo. La mentira del arte sirve para acceder a la verdad. Lo que nos aporta el arte, además, es de un orden que parece ir más allá de la pretensión del artista. Como si el artista tuviera el don de la anticipación, de intuir las cosas, sin buscarlo.
Esta es también lo que expone de Freud en sus ensayos sobre Leonardo o sobre la Gradiva, o de Lacan cuando señala que Margarite Duras escribía lo que él enseñaba.
Tenemos el texto de Freud:
"El novelista ha precedido siempre al hombre de ciencia y en particular al psicoanalista. Ambos comparten el mismo saber pero el artista, por su parte, prefiere no saber que sabe, es algo que no le interesa, incluso que le repugna. El artista, en suma, no sabe en realidad lo que está diciendo".
Sería un adelantarse el del artista que no tendría mérito, pues ni siquiera sabe lo que dice, como el hablante en una sesión analítica.
Atender a esa intuición del artista, prestar atención a lo que nos sugiere y adelanta. De este saber se vale el libro.
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