martes, septiembre 05, 2017

Diario deHendaya (6)

3 de septiembre. Las Olas. 

 


El mar ha estado como un plato, pero hoy, cuando bajamos a la playa,  ha cambiado. Se nota enseguida porque hay más surferos y la línea de las olas, vista desde lejos,  mientras descendemos por la cuesta, con la imagen de los edificios del Hôpital recortada sobre el mar,  es más blanca, tiene un copete de espuma, como una cerveza bien tirada.  Vamos paseando hasta el espolón y vuelta. Cuando vamos de ida y vemos Fuenterrabía todo el rato, pienso en Unamuno y en una foto que me han mandado, en la que se le ve apoyado sobre una barca, mirando justamente lo que tengo enfrente al caminar.  La cara está afilada, blanquecina, con una barbita rala y lleva una  boina ladeada. Se parece a alguna de sus caricaturas. Un buen paseo junto al mar. Sería otra cosa si el pie no me doliera. Voy a la orilla y meto los pies en el agua, para calmarlos. Recuerdo que a mi padre también le dolían siempre los pies. Las olas chocan una tras otra contra las piernas, y se deshacen, se desparraman sobre la arena.  Su sonido al romper lo tapa todo. Es como entrar en una cápsula en la que puedo pensar con tranquilidad. Recuerdo que en  Mazarrón, un  mes de abril, grabamos en el I Pad el sonido de las olas en una playa llena de piedras  que,  al ir y venir,  las movían emitiendo un  sonido de cantos rodados, de cascada, como  un guiso que entrara en ebullición y luego volviera a calmarse. Era un sonido que, al ser escuchado después, tenía algo de música primitiva y de repetición hipnótica.
Ahora, de pie en la orilla,  es como si yo mismo estuviera  dentro del sonido de las olas,  con una extraña clarividencia, como si  mi percepción se abriera de pronto. Pienso en un mensaje de ayer de J, que está leyendo “Luz de agosto”, en el que me mandaba un  párrafo: “Él siguió tendido de espalda con los ojos abiertos mientras el globo suspendido brillaba con un resplandor doloroso, como en una casa en la que todos los habitantes estuviesen muertos”.
 "Metáfora", señala J en su mensaje. A veces manda metáforas, a veces Haikus que ha escrito él y que yo contesto.
Está muy bien, pienso, pero tiene algo de artificioso, de desplazar a los objetos una especie de consciencia.  Mientras lo pienso siento el golpear de las olas, que no descansan, como un perro que viniera una y otra vez con la pelota.
“La metáfora marca la diferencia, sí " -contesto a J, una vez en casa-  "es un efecto sobre el significado de las palabras, sobre sus relaciones novedosas, pero nos falta el efecto puro del lenguaje, más allá del significado; el del ritmo y las cadencias del idioma, el ir y venir de las los sonidos y acentos,  lo que solo se percibe en la lengua original”.   Son las olas.

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