Han pasado más de tres meses desde que se estrenó en octubre “1980”, un documental de Iñaki Arteta que vuelve a hablar sobre las victimas de Eta, en este caso las de aquel año especialmente sangriento, y parece que la película no llega a Pamplona. “1980” se mostró en la sección Tiempo de Historia de la Seminci de Valladolid, cosechando muy buenas críticas, y se pudo ver fugazmente en Madrid y Barcelona, y a partir de iniciativas también en otros lugares. Pese a que Arteta ha demostrado su solvencia con otras documentales como “Voces sin libertad”, “Trece entre mil” y el “Infierno vasco”, construyendo una auténtico dique de imágenes y palabras frente al río del olvido, esta película se hizo gracias al crowfunding, es decir, mediante pequeñas aportaciones de particulares, y no lo ha tenido fácil: no ha encontrado una buena distribución comercial, alguna televisión ya se la ha quitado de encima, y no ha logrado a la preselección para los Goya, lo que hubiera sido una novedad. Tal vez todo esto no sea extraño. En 1980, Eta llevó a cabo una ofensiva en toda regla para intentar cargarse la incipiente democracia, cometiendo 95 asesinatos, uno cada tres días. A veces, el telediario se refería a los muertos de la jornada como si fuera el parte del tiempo. Aquel 1980 fue un año especialmente bochornoso, porque toda esa muerte desatada no logró el rechazo y la respuesta social que merecía. Nos acostumbramos a ello. Una sensación de miedo y un no querer saber se instaló en gran parte de la sociedad. ¿Cómo pudimos soportarlo? es la pregunta que se hace la película y que todavía nos incomoda. Por eso, cada testimonio que rescata Arteta tiene un filo que corta. Ignacio Ustarán, por ejemplo, tenía 13 años cuando su padre, un dirigente de UCD de Álava, fue secuestrado en su domicilio, del que lo sacaron para pegarle un tiro en un descampado. Su hijo se acuerda de la última mirada de su padre a través de una puerta semiabierta donde lo tenían retenido. Arteta insiste en contarlo, pero lo tiene difícil, porque de eso ya no queremos saber. La puerta entornada se cierra poco a poco, pero el niño todavía sigue mirando a su padre por la rendija.
(Publicado Diario de Navara 26/I/2015)
lunes, enero 26, 2015
viernes, enero 23, 2015
Nieve
En una de esas fotos vi hace poco cómo las estrellas y las nubes que no vemos de noche son distintas, extrañas, parecen sacadas de El grito de Munch. Paró un poco y, sin pensarlo, aparqué el coche y salí a pisar la nieve recién caída que sonaba como la puerta de un armario al abrirse. Subí una cuesta y luego tomé un pequeño elevador que salva unas escaleras, y cuando llegué arriba volvió a nevar con fuerza, como si hubiera llegado a otro país. En un jardincillo una familia de ecuatorianos se lanzaban bolas de nieve, y un niño muy pequeño se tiró de bruces con los brazos abiertos sobre la nieve, estuvo allí un rato, muy quieto, como si estuviera muerto, hasta que se levantó de pronto y se quedó mirando la huella que había dejado sobre la nieve, y ví que lo miraba con extrañeza y júbilo, como se mira la imagen de uno por primera vez en el espejo, tal como lo explica Lacan.
“Ese soy yo”, debía estar pensando.
Un señor con sombrero, pasó de pronto y pisó sin darse cuenta la huella, emborronándola. Luego se alejó deprisa mirando al cielo, hasta que trastabilló en una esquina.
lunes, enero 19, 2015
GPS
En su reciente viaje por EEUU Pedro Sánchez, líder del Psoe, se ha perdido. Parece que salió a la hora camino de la Universidad de Fairfax, en Virginia, donde iba a mantener un encuentro con los alumnos, y donde le esperaban también el rector y el embajador de España, pero Sánchez y su séquito debieron confundirse y después de una hora, los que le esperaban dieron el acto por concluido. “Espero que el señor Sánchez dirija un país mejor que lo que maneja el GPS”, disparó el rector en su twitter, molesto con el esquinazo de Sánchez. Puede que él no tenga culpa alguna, pero estos detalles en política son vitales. Young Sánchez, que es como le apodan algunos, como aquel boxeador que aspiraba en vano a llegar a lo más alto en una novela de Aldecoa, parece siempre un hombre razonable, bien peinado, sin coleta, que viste con pantalón pitillo, camisa lisa sin corbata y americana entallada, tipo comentarista deportivo. Pensarán que describir su atuendo es una frivolidad, pero eso es que no han leído a Trapiello que hace poco explicó que la contienda política que nos espera el 2015 –locales, catalanas, generales, la gota malaya- es en parte una cuestión de vestimentas o, como dice él, de indumento. Parece que el líder de Podemos, por ejemplo, ya ha acusado a los socialistas de estar copiándole la camisa, y estos de hacer lo mismo con el programa, y nos remontaríamos a tiempos de las chaquetas de pana para explicar la importancia de la imagen, que se confunde cada vez más con la sustancia de la política. Sánchez, en realidad, ha sido víctima de una metáfora, como otros de un micrófono abierto. ¿Cómo guiar un país si no es capaz de llegar a una cita? En realidad, dirigir un país se parece mucho a la función de un GPS, como bien explicó Savater hace tiempo, al decir que el papel que él quería en UPyD, era ser GPS y no mapa. Lo importante para usar el GPS es saber dónde se quiere ir, marcar el objetivo. Luego vendrán los avatares de la carretera, los detalles, pero tener un destino y no dar vueltas alrededor de Fairfax, es una ventaja. Política de GPS, no solo de mapa, es lo se necesita en este momento, y no solo de Sánchez.
(Publicado DN 19-I)
(Publicado DN 19-I)
miércoles, enero 14, 2015
Recuerdo a Kobayashi
Este es un tipo japonés, Kobayashi se llama, que toca el violonchelo en una orquesta que acaba de ser disuelta dejándolo en el paro, por lo que vuelve a su ciudad natal con su mujer para empezar de nuevo, y allí responde a un anuncio, Despedidas, dice el anuncio, pensando que se trata de otra cosa, pero es un trabajo de amortajador, allí hay que preparar los cuerpos de los muertos para el entierro y el tránsito al otro mundo, de acuerdo al delicado y solemne ceremonial nipón. Hemos visto películas sobre el Japón, Lost in translation, de la Coppola, que me resultó muy aburrida, y otra de Coixet, no recuerdo, pero Despedidas no es la mirada de un occidental sobre Japón, algo que está muy de moda e interesa a los callejeros viajeros, sino de un japonés sobre Japón y sobre el hecho de morir, ese fastidio. La película, pese al tema, no tiene nada de morbo y es delicada como el ala de una mariposa (yo también me estoy poniendo oriental), y ver a Kobayhasi preparar un cuerpo es como ver teatro Nô o, como me dijo alguien, ver a un samurai apagar la llama de una vela con un golpe de sable. En esta película se ve un Japón muy cotidiano, una ciudad de montaña sin ningún brillo, donde la gente va todavía a los baños públicos y la comida se calienta en hornillos al vapor y se saborean unas grandes huevas de no se qué pez. El director de estas Despedidas, Yojiro Takita, ganó con ella el oscar a la mejor película extranjera ese año (2008), desplazando a Vals con Bashir, una excelente película de animación israelí, sobre la guerra del Líbano y los campos de refugiados; una muestra de que con dibujos animados y talento se pude conmover y hacer buen cine. El caso es que, según leí entonces, este Tajita, el de Despedidas, antes había dirigido películas como El culo de Rumiko, Violación sucesiva, etc. Es decir, cine porno. Por eso, algún crítico dijo que Takita había velado sus armas en el bajo vientre del imaginario colectivo. Takita se apartó luego de todo eso y lo que ahora muestra ante el imaginario colectivo es la muerte, como si, una vez comprobado que el sexo ya no es lo que era, ella sea ya nuestro último y auténtico tabú.
lunes, enero 12, 2015
Sumision
El último número de Charlie Hebdo, el del miércoles fatídico en que sus redactores morían a balazos, traía en portada a Houellebecq, escritor francés a punto de presentar una novela muy esperada, Sumisión, en la que imagina una Francia gobernada en el 2.022 por un presidente musulmán, gracias al apoyo de los partidos tradicionales que evitan así ver al Frente Nacional en el poder. El protagonista del libro es un profesor que prefiere someterse a los nuevos aires que reinan en el país, donde los valores republicanos han sido sustituidos por una creciente islamización y hacerse musulmán, lo que además le permite tener tres esposas. Se trata de una fábula de política ficción pero que, si ya antes del atentado en París había levantado una gran polémica, y su autor acusado de avalar las tesis de Le Pen sobre la pérdida de identidad de Francia ante la inmigración musulmana, ahora su actualidad y repercusión han crecido de forma inusitada. De hecho, Houellebecq está bajo protección y se ha suspendido los actos de promoción del libro. Ya hace tiempo que este antiguo informático, convertido en escritor de gran éxito, mantiene que el laicismo republicano ha muerto en Francia y que la islamización es un proceso imparable, un signo de una “vuelta a la religión”, tras unos siglos en los que, partir de la ilustración y la reforma protestante, el individuo ha querido volar por su cuenta. Los personajes y las historias de H hablan de incomunicación, de pérdida de lazos sociales y afectivos, de una Francia convertida en un país superficial, puramente turístico, de muerte de cualquier ideal. Una idea de profunda decadencia. Ante esto, las certezas que proporciona al sujeto sediento de una causa la religión del Islam son incomparables. Esta es una idea pesimista y a la vez un aldabonazo. No podemos desistir de vivir en una sociedad que, aún en medio de problemas y tensiones, todavía concede al individuo la libertad de pensar y organizar su vida por su cuenta, un paréntesis en la historia. “No le voy a matar por ser mujer”, escuchó una redactora de Charli Hebdo, al terrorista que le encañonaba, “pero le aconsejo leer el Corán”. Ese es el mensaje.
(Publicado DN 12-I-2015)
(Publicado DN 12-I-2015)
lunes, enero 05, 2015
Día 1
No había gente el día de año nuevo en que F. me llevó a andar por el camino de Santiago, hacia Puente la Reina, la mañana luminosa era toda nuestra, y subiendo el Perdón, sin ver un alma, yo fui pisando los charcos que estaban todavía helados y emitían un leve chasquido bajo los pies, como si protestaran, parando de vez en cuando para contemplar la ciudad que resplandecía allí abajo, como si alguien le hubiera sacado brillo: los montes cercanos, la silueta de los pirineos al fondo, recortados sobre el cielo azul, hasta que en una curva, entre unos bojes, vi una peregrina coreana con un anorak rojo y la capucha puesta, contemplando el paisaje, ensimismada, y después de saludarla, seguí hacia arriba, siempre en sombra, hacia lo alto y una vez allí, paré junto a la escultura de los caminantes, y sentí de pronto que me sobraba la ropa, el sol pegaba ya con fuerza, el aire era más templado, empezaba ya la ladera soleada que desciende hacia el llano; basta con pasar El Perdón, se sabe, para que el paisaje cambie, crezca la luz y la tierra se serene, y ahora el valle se extendía verde y reluciente bajo el sol rotundo, y entonces recordé la bandera coreana con la imagen del ying y el yang, esa esfera con dos figuras dentro, que se refieren a los dos lados de la montaña: ying es la ladera en sombra, mientras que yang es la iluminada, son los dos polos, pero como el sol se mueve durante el día, el ying y el yang cambian de lugar, lo que antes brillaba se oscurece, nada es nunca lo uno o lo otro, todo contiene el ying y el yang, recordé, ambos se transforman entre sí, son nuestros pasos los que nos llevan sin querer del uno al otro: de lo frio a lo cálido, de lo húmedo a lo seco, del agua al fuego, de lo lento a lo rápido, de la tierra al cielo, de la luna al sol, de la noche al día, de lo femenino a lo masculino, del hielo de la mañana a la piedras del camino que conduce dócil hacia a los pueblos; el día, pensé, no precisaba nada más, solo andar gozosamente hacia alguna parte, del yang nuevamente hacia lo ying, sin que al mismo tiempo importara el destino.
(Publicado DN 5-I-2015)
(Publicado DN 5-I-2015)
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