miércoles, enero 14, 2015

Recuerdo a Kobayashi

Este es un tipo japonés,  Kobayashi se llama, que toca el violonchelo en una orquesta que acaba de ser disuelta  dejándolo en el paro, por lo que vuelve a su ciudad natal con su mujer para empezar de nuevo, y allí responde  a un anuncio, Despedidas, dice el anuncio, pensando que se trata de otra cosa, pero es un trabajo de amortajador,  allí hay que preparar los cuerpos de los muertos para el entierro y el tránsito al otro mundo, de acuerdo al delicado y solemne ceremonial nipón. Hemos visto películas sobre el Japón, Lost in translation, de la Coppola, que me resultó muy aburrida, y  otra de Coixet, no recuerdo,  pero Despedidas no es la mirada de un occidental sobre Japón, algo que está muy de moda e interesa a los callejeros viajeros,   sino de un japonés sobre Japón y sobre el hecho de morir, ese fastidio. La película, pese al tema,  no tiene nada de morbo y es delicada como el ala de una mariposa (yo también me estoy poniendo oriental), y ver a Kobayhasi preparar un cuerpo es como ver teatro Nô o, como me dijo alguien, ver a un samurai apagar la llama de una vela con un golpe de sable.  En esta película se ve un Japón muy cotidiano, una ciudad de montaña sin ningún brillo, donde la gente va todavía a los baños públicos y la comida  se calienta en hornillos al vapor y se saborean  unas grandes huevas de no se qué pez. El director de estas Despedidas, Yojiro Takita, ganó con ella el oscar a la mejor película extranjera ese año (2008), desplazando a Vals con Bashir, una excelente  película de animación israelí, sobre la guerra del Líbano y los campos de refugiados; una muestra de que  con dibujos animados y talento se pude conmover y hacer buen cine.   El caso es que, según leí entonces, este Tajita, el de Despedidas,  antes había dirigido películas como El culo de Rumiko, Violación sucesiva, etc. Es decir, cine porno. Por eso, algún crítico dijo que Takita había velado sus armas en el bajo vientre del imaginario colectivo. Takita se apartó luego de todo eso  y  lo que ahora muestra  ante el imaginario colectivo es la muerte, como si, una vez comprobado que el sexo ya no es lo que era, ella sea  ya nuestro último y auténtico tabú.

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