lunes, enero 26, 2015

1980

Han pasado más de tres meses desde que se estrenó en octubre “1980”, un documental de Iñaki Arteta que vuelve a hablar sobre las victimas de Eta, en este caso las de  aquel año especialmente sangriento, y parece que la película no llega a Pamplona. “1980” se mostró en la sección Tiempo de Historia de la Seminci de Valladolid, cosechando muy buenas críticas, y se pudo ver fugazmente en Madrid y Barcelona, y a partir de iniciativas también  en  otros lugares. Pese a que Arteta ha demostrado su solvencia con otras documentales como  “Voces sin libertad”, “Trece entre mil” y el “Infierno vasco”, construyendo una auténtico dique de imágenes y palabras frente al río del olvido, esta película se hizo gracias al crowfunding, es decir, mediante pequeñas aportaciones de particulares, y no lo ha tenido fácil: no ha encontrado una buena distribución comercial, alguna televisión ya se la ha quitado de encima, y no ha logrado a la preselección para los Goya, lo que hubiera sido una novedad.  Tal vez todo esto no sea extraño. En 1980, Eta llevó a  cabo una ofensiva en toda regla para intentar cargarse la incipiente democracia,  cometiendo 95 asesinatos, uno cada tres días. A veces, el telediario se refería a los muertos  de la jornada como si fuera el parte del tiempo.  Aquel 1980 fue un año especialmente bochornoso, porque toda esa muerte desatada no logró el rechazo y la respuesta social que merecía.  Nos acostumbramos a ello. Una sensación de miedo y un no querer saber se instaló en gran parte de la sociedad. ¿Cómo pudimos soportarlo? es la pregunta que se hace la película y que todavía nos incomoda. Por eso, cada testimonio que rescata Arteta tiene un filo que corta. Ignacio Ustarán, por ejemplo,  tenía 13 años cuando su padre, un dirigente de UCD de Álava, fue secuestrado en su domicilio, del que lo sacaron para pegarle un  tiro en un descampado. Su hijo se acuerda de la última mirada de su padre a través de una puerta semiabierta donde lo tenían retenido. Arteta insiste en contarlo, pero lo tiene difícil, porque de eso ya no queremos saber. La puerta entornada se cierra poco a poco, pero el niño todavía sigue mirando a su padre por la rendija.
(Publicado Diario de Navara 26/I/2015)

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