lunes, marzo 09, 2015

Tomos

Llamé a varios sitios, por si estaban interesados en quedarse toda la colección de jurisprudencia y legislación de Aranzadi desde el año 31, con la elegante encuadernación de la casa, pero en todas partes me dieron largas, me dijeron que no tenían sitio, aludieron a que hoy nadie quiere información en papel cuando todo eso, todas las leyes que se les han ocurrido a los sucesivos legisladores y que se van derogando una a otra, todas las sentencias que han recaído en el Supremo en los más peregrinos asuntos, todas esas largas parrafadas desde los tiempos en que el adulterio era delito, o se aplicaba el garrote vil, todo eso, digo, puede encontrase en la web.  El papel, el libro impreso, ya no cuenta, ha perdido su antiguo prestigio. Hoy este tipo de obras, me dijeron, se venden a peso para rellenar estanterías o se saldan en cualquier parte. No es extraño que las librerías vayan  menos, y que cierran cuatro por cada una que  abre, según se publica estos días. Antes, posar con toga con la colección de Aranzadi detrás, alineados en la estantería, era como posar con un ciervo abatido: una declaración de principios, un aval, una manera de acreditar que uno era de fiar y se había leído aquello gruesos tomos, lo que no era cierto, pero imponía. Hoy sobra todo eso. El BOE se lee en una pantalla  y  el prolijo derecho  no reposa en la estantería sino en un nube a la que se accede desde un  pequeño teléfono, sin necesidad de estos viejos tomos de letra pequeña que crían polvo en la estantería y que son la muda confesión de otra época, pero también la prueba fehaciente de que el mundo no cambia, sino que sigue en manos de las mismas pasiones que ellos describen:  la vanidad, el dinero,  la codicia, los viejo pecados capitales  por los que desfila la gente por los juzgados,  todo esto junto  a virtudes que lo engrandecen,  como si estuviéramos hecho de barro y oro, de lo mejor y lo peor, y es justo a un libro, recuerdo ahora, a lo que solía compararse el hombre,  porque Dios lo creó de la misma manera que un impresor crea un libro, se decía, y lo lanzó a su suerte.
(Publicado DN 9 de marzo)

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