martes, marzo 28, 2006

Mas permanente

Una palabra se ha escapado del vocabulario y sobrevuela sobre nuestras cabezas: permanente. Cese permanente. Alto el fuego. Una matraca permanente de noticias y análisis nos persigue desde el gran día y nos satura. Se investiga si lo permanente llega a lo definitivo, a lo indefinido o quizás sea la antesala a lo perpetuo. Las palabras las hizo el diablo y es normal que las utilice luego. Yo, el día de la permanente estuve en el cementerio para despedir a un tío mío muy querido. Alrededor, todo era permanente, hasta las flores de plástico. Es más, reinaba allí una gran paz. La paz perpetua. Mientras en medio del corro, frente a la tumba, el sacerdote rezaba un responso salió un momento el sol, y yo cerré los ojos y sentí una sensación de liberación y a la vez una terrible pereza ante lo que se nos venía encima. Me quedé corto. No hay marca que tenga dinero para pagar una presencia así en lo medios. Un éxito. Un día histórico. Siempre, esta obsesión por convencernos de que asistimos al gran acontecimiento histórico. ¿Qué hacías el día en que Eta declaró el cese permanente? Yo estaba en Berichitos, pero de pie, apoyado en un ciprés y tomando el sol. Allí fuera, tras los muros, ya habían empezado los fuegos artificiales, los dardos cruzados, las grandes palabras y los grandes escepticismos, el tiempo de la ilusión y de la cursilería, las evocaciones del pasado, el columnista que habla de la llegada de la primavera, las comprensiones de la fiscalía, los brindis con cava por los ausentes involuntarios, la retórica bajo la boina, los comunicados esta vez más breves, pero sin rastro de una leve excusa, sin asumir responsabilidad alguna. Permanente. La guerra ha terminado, decía lacónicamente un comunicado que instauró la paz permanente. La paz es una falsa palabra. Hay que dar toda la guerra posible contra el olvido. Por la libertad, por la memoria. Viejas palabras, permanentes, que también escapan de las tumbas.

(Publicado en Diario de Navarra el 27-III-06)

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