En la tórrida tarde de Pamplona me acerco hasta el estudio de Carlos Puig, en la Jarauta, abierto en la semana dedicada al barrio de los artistas, y allí hace fresquito y cuelgan las hojas de agenda de su cuaderno de campo, en las que va dibujando la pequeña intimidad que es la de todos, y se expone algún cuadro, entre ellos, inacabado, uno con flores y hierbas de campo que se van entrelazando hasta formar una malla consistente. Al parecer, hace unos meses, tuvo un parón creativo y no sabía para donde tirar. Esos parones son buena cosa, una advertencia de que la forma habitual se ha hecho ya trillada y hay que ir por otro camino.
Crear es, sobre todo, un acto de valentia. Si uno es cobarde, está perdido. Detrás de ese campo de flores, se pregunta el que mira, ¿qué se encuentra?
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