En un día lluvioso, con la niebla prendida a los riscos de Leyre, Ramón Andrés ha recibido de manos del Rey el premio Principe de Viana de la Cultura. En el acto estaban los que se iban y los que llegaban. Los gobernantes que se van despidiendo a regañadientes y los que llegan para empezar a saber de qué va esto. La rueda que gira. Entre fanfarrias, corrillos y discursos, con olor a incienso y a piedra húmeda, Ramón ha salido al estrado para decir en un texto breve, en lucha con la retórica, que la cultura es resistencia -ante los bárbaros, se entiende- y reivindicar al hombre, mas allá de la técnica, el ruido y de los engañosos reclamos de la nada y del exceso, que vienen a ser lo mismo, como un portador de sentido, una herencia de significados, un eslabón del Ser.
En un rincón del claustro he hablado con él un rato sobre las palabras y el valor del silencio, capaz de curar cualquier enfermedad; de su libro "No sufrir compañía; de Lacan y de su método de trabajo. Ramón habla pausadamente y atiende con mucho interés, como si se le fuera a revelar algo valioso. En un día tan inusual para él, en general enclaustrado entre libros, parecía a la vez satisfecho y asombrado. La Reina, al pasar a su lado, le ha dicho: oye, Ramón, como si le conociera de siempre, y él ha ido enseguida a atenderla, solícito, como hace con todo el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario