Me he bajado al parque con el Quijote de Trapiello, que es su versión de este libro difícil, escrito en una lengua, el castellano del siglo XVII, que ya no se habla y que cada vez entendemos menos y lo he dejado intacto sobre el banco. A mí la idea de Trapiello me parece muy bien. Es como poner carne a los huesos de Cervantes, actualizar un libro lleno de arcaísmos, rémoras y referencias incomprensibles. Leerlo en la rigurosa edición de Francisco Rico, que ahora vuelve a salir, supone parar cada poco para hacer caso a notas y explicaciones. Tiene más de 5.000. El Quijote se ha traducido al español actual, porque la lengua no se para. Antes de abrirlo y leer su primer párrafo, que no ha cambiado, miro la Vuelta del Castillo cerrada por una valla metálica de las que ponen en sanfermines, para evitar que la gente se coma el césped, y observo a los paseantes que pasan a ambos lados, como si fuera una ciudad dividida. A última hora de la tarde el sol todavía insiste y cuando observo su rastro en la hierba, poniendo la mano por visera, veo brillar minúsculas telas de araña y en el aire, a contraluz, agitarse a los mosquitos como si fueran el chisporroteo de una sartén. Siempre, antes de SF, Pamplona tiene unos días de canícula y luego, durante la fiesta, concentra todas las estaciones del año, como concentra en unos días intensos su profunda ligazón con el pasado. Los sanfermines son siempre los sanfermines de antes. Trapiello ha viajado hace poco a los lugares del Quijote, donde ya queda poco de lo que Cervantes vio. Cuenta que, hace tiempo, Azorín hizo ese mismo viaje durante una semana y en aquellos años todavía funcionaban los molinos de viento y se conservaban más o menos los pueblos y ventas. El país ha cambiado mucho más en los años que van de Azorín hasta ahora, que desde Cervantes a Azorín. Por la Vuelta pasa un grupo de hombres mayores que se paran a menudo y hacen un conciliábulo como si fueran a derribar al gobierno. Uno de ellos, alto y con bigote, parece un Quijote que les está contando una hazaña y los otros ríen y niegan con la cabeza. El día es muy largo, pero al final se rinde y los pasos se alejan.
(Publicado DN 29 junio)
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