Cuando muere, o está a punto, alguien como Suarez, los periódicos y televisiones desempolvan las necrológicas que tienen preparadas, y en esos resúmenes de una vida tan intensa, que ha tenido la paradoja de desaparecer del todo en la memoria de su protagonista, hemos podido ver la figura de un Suarez que en todo este tiempo apenas ha cambiado de talla de traje, y que casi siemrpe sale fumando, echando humo en esas reuniones con Carrillo junto a una mesita, o en aquellas del consejo de ministros en las que sobre la mesa había una decena de muertos de Eta, un general secuestrado, y un montón de airados brazos en alto, por no hablar de sus tiempos de camisa azul, cuando todo lo que pasaría después era inimaginable, o con esa expresión tensa que se convirtió en un suspiro de alivio, cerrando los ojos, cuando las cortes franquistas acuerdan su defunción, así, una tras otra desfilan en la pantalla esas imágenes en las que reparte sonrisas, o departe con un rey que parece un primo más alto y rubio, hasta su aparición el día que dimite por la tele, desencajado, tras la cual, siempre, inevitable, llegan las tomas del 23F en las que se niega a tirarse al suelo cuando Tejero lo ordena, algo que todavía lo sigue engrandeciendo, como bien contó Javier Cercas en su libro sobre aquellos días, en los que se le hace por fin justicia. De ese 23F le he oído ahora hablar a Suarez en una entrevista que han repuesto, en la que dice que no se tiró al suelo porque eso no puede hacerlo un presidente y en la que explica que ese día, estando retenido, para medir si conservaba cierta autoridad sobre los guardias que le custodiaban, se levantó, como no, para pedir tabaco -aunque yo llevaba tabaco, aclara- y como el guardia no dijo nada, se levantó otra vez a por lumbre -aunque llevaba lumbre, dice- y tampoco el guardia le dijo nada. En ese juego de hacer un movimiento para ver la reacción; en ese tentar la suerte y tomar nota, puede que esté toda la sabiduría política de Suarez, que se arriesgó a dar pasos mirando de soslayo a todos los que le vigilaban, implacables, como si avanzara por un campo de minas.
(Publicado DN marzo 2014)
lunes, marzo 24, 2014
viernes, marzo 21, 2014
Calor
Esta es la historia de un verano en el que hizo en Londres un calor espantoso durante muchos días, la hierba amarilleaba y la gente iba sofocada a todas partes, y este calor opresivo es el marco sofocante de una trama donde en las primera página vemos cómo un tipo recién jubilado se despide de su esposa para ir a comprar el periódico, como todos los días, y desparece sin dejar rastro, no se vuelve a saber de él; esto es un buen detonante para una historia,
porque da lugar a que aparezcan los distintos personajes, en este caso los tres hijos que vuelven a encontrarse con su madre, y de los que vamos descubriendo su pasado, la red de afectos y desencuentros que el tiempo ha ido tejiendo entre ellos: es claro que el padre ha sido un hombre metódico, cumplidor en su trabajo, pero un tanto ausente, como suelen serlo los padres, apenas se habla de él en la novela, los que aparecen son la madre: una enérgica mujer irlandesa muy católica, que no entiende lo que los hijos han hecho con su vida, y los tres hermanos que ahora vuelven a encontrase y recordar el tiempo pasado, las distintas maneras en que sobrellevaron a esa madre un poco excesiva por la que sentían vergüenza y que se vino abajo cuando dio a luz a la tercera hija, una niña que no paraba de llorar, inadaptada, agresiva, llena de problemas desde el principio, de los que la hermana mayor intentó proteger a la madre, mientras el chico iba a lo suyo. Se trata de una historia familiar, cualquier historia en realidad lo es, nuestro destino se juega en ese entramado, en lo que hacemos con ello, pero es difícil contarlo con la agudeza y profundidad con que lo hace Maggie O´Farrel en “Instrucciones para una ola de calor”, un libro lleno de detalles certeros y de sentimientos creíbles, muy lejos de la impostura habitual. Leyendo a O´Farrel he pensado si la suya no tendría que ver con una forma femenina de contar las cosas, de detenerse en aquello en lo que un hombre no suele reparar, de fijarse en lo que hay detrás de lo que nos deslumbra.
martes, marzo 18, 2014
Conocer a una mujer
Henning Mankel dijo que le gustaría escribir un libro policiaco en
que no hubiera crímenes. Este es un libro de un espía que ya no espía, tan solo recuerda algun detalle de su ultima misión
frustrada. Ahora vive en un barrio de Tel Aviv con tres mujeres: su hija, su madre y su suegra, a quienes apenas conoce. Es un libro de hace años donde se leen bellos nombres hebreos: Ramat Lotan, Metula, Yoel. Oz es de Jerusalén y perdió un hijo en la guerra del Líbano. Leyéndolo, he pensado que se nota que el libro está escrito por un hombre, que tiene algo estrictamente masculino. Conocer a una mujer, esa es la cuestión. 

lunes, marzo 17, 2014
Crocus
Hace unas semanas A. me envió la foto de un crocus que había visto en el pirineo y que, según él, anunciaba la cercana primavera. Hacía mucho frío entonces, y por el monte, cerca del crocus, todo estaba nevado. Pero esta flor parece ser una especie de heraldo, una anunciadora de la estación de las flores. Me pregunto que anima al crocus a arriesgarse y aparecer
Luego, A. me avisó de que en Pamplona, cerca del Planetario, los crocus habían colonizado una ladera. Hasta hoy no he podido ir a verlos. Amarillos, blancos, fucsias, los humildes crocus se desparraman sobre la hierba. Un poco más allá, los árboles del jardín japonés, junto al estanque, han optado por el rosa chillón, como si fueran de boda. Un escándalo que atrae a los abejorros.
Luego, A. me avisó de que en Pamplona, cerca del Planetario, los crocus habían colonizado una ladera. Hasta hoy no he podido ir a verlos. Amarillos, blancos, fucsias, los humildes crocus se desparraman sobre la hierba. Un poco más allá, los árboles del jardín japonés, junto al estanque, han optado por el rosa chillón, como si fueran de boda. Un escándalo que atrae a los abejorros.
jueves, marzo 13, 2014
Seymour
Nada más conocer la noticia de que el gran Philip Seymour-Hoffman, ese actor gordo de piel rosácea, había sido tan aguafiestas como para morirse en el baño de su casa con una jeringuilla clavada en el brazo, pensé en aquella película de Lumet en que trabajó: “Antes de que le diablo sepa que has muerto”, que a pesar de tener este título imposible era una auténtica tragedia griega donde dos hermanos atracan la joyería de sus padres y las cosas van de mal en peor, y allí el de Seymour es un papel oscuro, el de un ejecutivo con deudas que manipula y abusa de su hermano pequeño y que trata de escapar de la realidad inyectándose heroína, algo que a día de hoy parece una premonición, como si su vida real se hubiera trasladado hace tiempo a la pantalla, que es donde este actor distinto, hipnótico, ha brillado durante un tiempo demasiado corto. Recuerdo cómo logró empequeñecerse y afilar su voz para parecerse a Capote, o cómo encarnó a ese cura repleto de ambigüedad en “La duda”, donde no sabíamos si se trataba de un abusador o éramos nosotros, como Meryl Streep los que nos pasábamos de listos. Ahora Seymour ha muerto en un retrete por una sobredosis de heroína, como si todas esas cosas en las que ciframos nuestros deseos: la fama, el prestigio, los premios, el dinero, no sirvieran nada; como si justamente tenerlo todo fuera el peor de los negocios. Cómo explicar, si no, que Seymour apostara todo lo que tenía contra un goce mortífero más potente que cualquier otra cosa, como si fuera uno de esos personajes que bordó, llenos de dobleces, atormentado, tan débil detrás de su fachada de autosuficiencia, que sale a la calle de pronto a por una papelina de heroína para abandonarse y olvidar. Creíamos que el caballo era una droga pasada de moda, la de los viejos heroinómanos de los 80, esos santos mártires yonkis que cantaba Berrio, que murieron de sida o de sobredosis, pero ahora vuelve por sorpresa con este tipo brillante en la cima de todo que sonríe desde la pantalla, su mechón rubio, sus pequeñas manos moteadas, para siempre.
(Publicado DN)
(Publicado DN)
miércoles, marzo 12, 2014
La gran belleza
La gran belleza: una forma de decir adiós a un año amargo, he leído en algún sitio sobre la película de Sorrentino que ahora puede verse en los cines (mejor en versión original), una especie de Dolce vita puesta al día, con fiestas que recuerdan a Berlusconi, monjas visionarias, enanas, jirafas, paseos por el Tíber, o esos flamencos que levantan el vuelo desde la terraza frente al Coliseo; guiños a Fellini pero también a Pasolini, y un personaje desengañado que pasea por la noche de Roma, sus palacios, sus fuentes, sus azoteas; un tipo sesentón de vuelta de todo, que ha desperdiciado su talento en nimiedades, sin emprender nunca nada sólido, posponiendo, viviendo solo de noche, yendo de fiesta en fiesta, para descubrir que en el corazón de toda fiesta, en realidad, anida una gran tristeza, que en el centro de la juerga no hay nada que celebrar salvo el puro exceso, envoltura, purpurina, esos trenes en que se enganchan unos a otros los invitados y que son los mejores, como dice el cínico Jep Gambardella, el nuevo Mastroniani, porque no van a ninguna parte. Hasta aquí hemos llegado en el tren del 2013 que no iba tampoco a ninguna parte, repudiado por todos, hasta que ha desembocado en este 2014 que ya se estrena con otro aire, ha hecho falta que cambiáramos un 3 por un 4 para que todo cambiase y a la vez siguiera igual, en plan gatopardo, y de pronto las cifras mejoran como si fueran el regalo sorpresa oculto en el zapato, parte del guión previsto: ahora toca ya otra cosa, las calles rebosan de gente estos días, esperanzadas. Por las vacías calles de Roma Jep busca una última oportunidad, aspira a una suerte de pureza perdida, un primer amor, algo por fin verdadero. Hay en esta película una fuerza conmovedora en las imágenes, una mezcla de lo sublime y lo zafio, una suerte de exceso que viene del barroco y el catolicismo romano, tan nuestros, la mezcla de lo santo y lo pagano, las fiestas, las cabalgatas y las santas que comen raíces. Se fue 2013. Nunca ha habido una noche tan larga que dejara sin aurora al mundo.
(Publicado DN)
lunes, octubre 04, 2010
Octubre
Todos los años al llegar octubre, siento que es ahora cuando debería tomarme las vacaciones, que este es el mejor momento, pero es justamente ahora cuando comienza el curso, las obligaciones crecen como las setas y se acentúa ese aire severo que tiene Pamplona desde final de septiembre hasta adentrarse en junio (en Pamplona, me dijo hace tiempo un amigo de fuera, todo el mundo parece siempre muy preocupado). Quisiera estar libre ahora, sin obligaciones, y así –fabulo- mientras me decidiese adonde ir, aprovecharía para subir no se qué monte, me dedicaría a esquivar los cazadores, tocaría las hayas, olería las setas, y vería como todo pierde peso, hoja, brillo, hasta quedar como dormido. También iría a la vendimia, desde luego, a ver llegar los remolques de uva y sentir los potentes olores –esta es, desde luego, la estación de los buenos olores- y escuchar lo que se dice. En realidad haría más o menos lo que ya hago, pero de una manera más seria, más intensa. Ahora soy un amateur del otoño, y me gustaría, aunque sé que es difícil, llegar a ser un profesional. Hace días, por ejemplo, ya probé las uvas que colgaban de la vid en espaldera, en una finca junto a Montejurra. Había llovido hace poco y el campo parecía recién dispuesto. Desde el jardín miramos el monte carlista, con sus grandes lajas de roca que parecen cuchillos, y a alguien le dio por pensar en el significado de aquel lugar, en las batallas que se han dado en los alrededores, en la potencia que los grandes argumentos de la causa carlista han tenido en nuestra historia: Dios, Patria, Fueros, Rey. Esas palabras colmaron el pecho de miles de jóvenes; por ellas han matado y muerto cientos de antepasados nuestros, aunque apenas nadie las quisiera recordar hasta hace poco, y ahora, de pronto, al socaire de la memoria histórica, vuelven de nuevo en reportajes, libros, y programas de televisión –Requetés de las trincheras al olvido, un digno ejemplo- en medio de la añoranza de algunos y de un cierto pudor general, como si nos costara ver el pasado tal como fue.
(Publicado 4 octubre 2010)
(Publicado 4 octubre 2010)
Princesa
Cunde la alarma por el dato de que Belén Esteban, princesa del pueblo, lograría ser la tercera fuerza parlamentaria en unas elecciones. Seguramente ella ya sabe, o le han explicado, que sería una estupidez presentarse, y que una silla en TV es mucho más importante que una en el Parlamento, y que allí, entre comisiones, expedientes, pactos y aburridos papeles, su desparpajo se apagaría enseguida. Poco pintó -salvando las distancias, que son muchas- alguien como Labordeta, que estuvo allí ocho años más bien mortecinos. Por no hablar de Ruiz Mateos, o Gil, quienes ya sucumbieron al fuego lento de la vida pública. Hoy las cosas importantes no suceden en el Parlamento sino en el mundo virtual, en los medios, en las redes, en los lanzamientos mediáticos. Hoy interesan personajes como la Esteban o Mourinho, por ejemplo (los dos protagonizaron el mismo día grandes reportajes en tv), con los que la gente se identifica, envidia, ama u odia, y que logran una enorme influencia de la que pueden sacar partido y dinero, y a cualquiera de ellos una carrera política lo único que les daría es la puntilla. Este es el mundo de las apariencias, los mensajes efectistas, las grandes audiencias y los acontecimientos planificados, donde vale más, como sabemos, una buena foto que algo de contenido y por eso, aunque nos alarma el fenómeno Esteban, no debiera extrañarnos tanto, pues no es sino el extremo deformado de lo que ocurre en todas partes, incluida la política, que también se rindió hace tiempo al dictado de de la notoriedad y la imagen por encima de cualquier otra cosa. De forma machacona, por ejemplo, se insiste en que Trinidad Jiménez debe ser candidata en Madrid, porque es más conocida por el público que Tomás Gómez, y cuando este propuso un debate entre ambos, nadie le hizo el menor caso. ¿Un debate? ¡Que cosa más rollo y anticuada! Aquí, allá y en todas partes se trata de encontrar un candidato que brille más que el contrario, aunque no se sepa bien para qué. Pues eso.
(Publicado 20 septiembre 2010)
(Publicado 20 septiembre 2010)
jueves, septiembre 16, 2010
Boby Fisher
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Ha muerto Fisher, a los 64 años (uno por cada ficha del tablero, se ha dicho), en Islandia, un lugar lejano e inhóspito, donde su paranoia le había confinado hace tiempo. Fisher era un genio, una persona de una inteligencia deslumbrante, lo que siempre es sinónimo de infelicidad y a veces de locura. Los hombres inteligentes son como esas mujeres bellas que cohíben a todo el mundo y a las que nadie se acerca. La gente muy inteligente suele ser muy pobre emocionalmente e incapaz de manejar sus vidas. Fisher, que derrotó por su cuenta y riesgo al imperio soviético, (cuando la superioridad rusa en ajedrez era el orgullo del sistema) era ya entonces un hombre atormentado, insociable, con un duro pasado en que fue abandonado por su padre (los niños abandonados, declaró una vez, se vuelven lobos) y vivía siempre en guardia ante supuestas conspiraciones para acabar con él. Ganó a Spasky, y décadas después éste fue a visitarle a Islandia, donde ha vivido los últimos años tras desobedecer y jugar de nuevo el título mundial en una Yugoslavia en guerra, pero no sé si logró que Fisher le recibiera, pues temía alguna trampa. Las fotos que hemos visto ahora de Fisher nos muestran a un barbudo de cara labrada por el aire libre o tal vez por la permanente angustia. La aparición de esta cara después de años de esconderse, me ha recordado a Salinger, ese mítico escritor que nunca aparece en público y del que apenas hay imágenes. También me ha recordado a el solitario, ese delincuente que estos días ha venido a declarar a Tudela por el doble crimen de Castejón. También la inquietud que provoca el solitario deriva de su inteligencia, de la frialdad con que parece cometió sus crímenes, de su rigurosa preparación, del disimulo con el que elaboró una doble vida con la que engañó a todos. A veces somos muy duros con la mediocridad y la torpeza en nuestra vidas, con las limitaciones de la gente o, sin ir más lejos, de los políticos, sin caer en cuenta que a veces es la poderosa inteligencia la que nos ha traído el horror.
jueves, enero 18, 2007
El gran Silencio
Siempre que explota una bomba se escucha después un gran silencio. Éste dura apenas unos segundos, y va acompañado de un zumbido dentro del cerebro y de una nube de humo en la que no se ve nada, así que uno no sabe si sigue vivo o ha alcanzado el limbo. Luego el humo se va disipando, y vuelven los sonidos, el ulular de las alarmas que han saltado, las sirenas, el lloro de un niño, algún ladrido. En la tierra de nadie de la bomba huele a plastilina quemada y a metal, como si fuera la consulta del dentista. Durante todo el año, y en especial estos días de Navidad, el mundo está lleno de momentos como estos, en que la carne quemada asciende a los cielos, decenas de inocentes pierden la vida y ocasionalmente se ejecuta a algún tirano con una soga de cáñamo. Después del silencio de una bomba, si uno no se ha quedado dentro de él para siempre, con cinco plantas de aparcamiento por encima, siguen las declaraciones, los testimonios, el sufrido trabajo de los bomberos o del Presiente del Gobierno quien declara que también va a trabajar por la paz con más energía que nunca, tal vez como el cornudo que proclama todavía su fe en el matrimonio. Un bombero va reptando en busca de victimas, entre la chatarra retorcida y en su avance encuentra las palabras grandilocuentes que sirvieron hasta ayer, achicharradas. Hará falta algún tiempo, supongo, para que algún tonto de guardia las vuelva a poner en circulación. De momento nos merecemos un momento del silencio. En los cines, estos días, se estrena una película que muestra la vida de los monjes cartujos en el monasterio de la Grand Chartreuse, en los Alpes. Estos monjes viven con una gran sencillez, sin apresurarse nunca, y bajo un riguroso voto de silencio. Les vemos cortar la leña, partir el apio y meditar en la celda, mudos y con una leve sonrisa. Vemos cómo amanece en los Alpes todos los días para estos monjes, que oran bajo el impávido cielo estrellado, esperando una voz y compadeciéndose de nuestra vorágine.
jueves, diciembre 21, 2006
Estilos

Todo en la vida es cuestión de estilo, porque el estilo es el hombre (y la mujer) y está el estilo de vida okupa, por ejemplo, que ha explicado la ministra Trujillo, y está el estilo despeinado, vasco, católico y pasional de Loyola de Palacio, una mujer que también tendía a ocuparlo todo, a llegar a todo, a entregarlo todo a las cosas en las que creía. Loyola es un ejemplo de que la derecha puede ser heroica y tiene un camino por delante, sobre todo desde que la izquierda se aleja del mundo y se hace más conservadora, (hay en el progre siempre un pánico a que algo de su esquema mental cambie). Loyola representaba algo profundo que se quiere olvidar, y que es esa forma vasca de ser español, que es siempre una forma extraordinaria, unamuniana, exagerada. Un castellano siempre es derrotista respecto a España, mientras que un vasco sea Loyola, el socialista Prieto, Jaime Mayor, Rosa Diez o el propio Meabe siempre es entusiasta, como si supiera que el problema de lo vasco es siempre cerrarse sobre sí mismo. Hay quien quisiera borrar todo lo vasco español, sin comprender que eso es también lo propio y está en la memoria, en la sangre y en la cultura de lo vasco y no puede desaparecer, como no va a desaparecer lo euskaldun porque ambas patas han hecho y son el país. De este vasquísimo español ha escrito Fusi en su libro Identidades proscritas, explicando que es lícito ser vasco, irlandés, escocés o quebecois sin ser nacionalista. Ser no nacionalista no es un mero "no", sino una forma de instalarse en el mundo fuera del estereotipo, sin necesidad de politizar nuestra identidad, pudiendo ser letones o navarros sin tener que hacer de ello nuestro centro vital; una forma de tomar distancia de un nacionalismo que siempre termina, tal como explica Fusi, produciendo la división en una sociedad, lo cual es una de las evidencias que pocos dicen en alta voz. No es el caso de Loyola, quien se ha ido de pronto y sin meter ruido, y ha sido enterrada bajo una lluvia de elogios. Sería una cobardía no recordarla.
(Publicado en DN, XII-06)
sábado, diciembre 16, 2006
Puente

Casi todos los años por estas fechas acaricio la idea de coger un puente de verdad. Quiero decir, un puente para no volver, un camino sin retorno para cambiar de vida de una vez. Cambiar de vida es lo que hay detrás de todas las caravanas de tráfico, de toda la gente que terminan tirando bolas de nieve desde la cuneta, durante el atasco. Cambiar de vida es necesario e imposible, y eso lo saben bien la publicidad, los vendedores de viajes, de adosados, o de viviendas bioclimáticas etc. que nos terminan vendiendo una porción de nuestros sueños. Hay soluciones más radicales. Bibiana Lievens, por ejemplo, que ha pasado con su burro por Pamplona camino de Santiago. Quería pensar en la vida, ha dicho, pensar en el futuro, por eso viajo sola. En estas primeras noches frías, reconoce, el burro duerme a la intemperie. Henri Lenaerts, por su parte, el escultor belga que vivía en Guesálaz, cuenta en una entrevista póstuma como decidió hace años escapar del vértigo de las ciudades y la vida saturada de mensajes inútiles y vacuos y decidió buscar la felicidad en una vida sencilla y apartada en Irurre. Por la mañana, este hombre hacía una hora de yoga y luego trabajaba en su taller de escultor. Después de una comida ligera iba a la huerta y luego paseaba con su mujer Paulette. Nos sentamos sobre una piedra a contemplar el paisaje, cuenta con sencillez. Lenaerts, que vivió en la India y confiesa una sensibilidad oriental, llevaba una vida modesta, metódica y austera. Es muy importante no depender de las cosas materiales para vivir, decía. Su escultura era de corte clásico, devota del instante, centrada en el cuerpo humano. Una de sus obras puede verse en el campus de la Universidad Pública, a un lado del rectorado. Es una niña sentada que se incorpora, tal vez confusa ante un entorno tan académico, de líneas sobrias y frías. Me pregunto como es posible que un sujeto así, que eligió la vida aconsejada por la sabiduría haya muerto de pronto de un infarto repentino, como si su corazón no pudiera aguantar más.
(Publicado DN - XII- 06)
Polonio 210
Han envenenado con Polonio a un espía ruso contrario a Putin. Hemos visto su imagen herida de muerte en los periódicos. Por donde pasó el espía dejó un rastro radioactivo y el transporte del veneno en avión pudo afectar a 30.000 pasajeros. Seguramente vivimos en una novela que a veces es cómica y a veces macabra. Mientras el espía cerraba los ojos y su cuerpo radioactivo todavía no era apto par los forenses, comenzaban a encenderse las luces de Navidad en las grandes ciudades de Europa, como si provinieran del resplandor de un cuerpo al apagarse. En la Plaza del Castillo han puesto un árbol que no es un árbol, sino un falso abeto de alambre cubierto de ramas de pino, con cajas de regalo vacías, envueltas en papel couché. Una metáfora, tal vez, de los 900 euros que nos vamos a gastar cada uno en Navidad. Bombillas de luz dorada cuelgan de los edificios oficiales, como si lloraran por algo y en los balcones de diputación las luces dibujan el disputado escudo de Navarra. Vivimos un drama dentro de una comedia, o una comedia dentro de un drama y Polonio nos suena a personaje de Shakespeare, y no sospechábamos que tuviera un isótopo. Hasta ahora en el avión perdíamos la maleta y el tiempo en la cola de seguridad, pero no pensábamos en algo tan complicado. Es imposible estar alerta contra todo. Es la policía la que está en máxima alerta. Robaron unas pistolas. Con una pistola sobre la nuca mataron a alguien hace años, en una broma macabra, en una comedia trágica y hoy nos toca mirar de frente al asesino. En Zaragoza han decidido suspender un festival de Navidad. ¿Qué haremos ahora con el Pilar, un edificio tan grandes y tan políticamente incorrecto? Habrá que cubrirlo, como cubría aquel artista los puentes y los edificios públicos. En el cielo nocturno se ve el titilar de las luces navideñas, multicolores, los focos que iluminan las calles, el resplandeciente hilo verde del Polonio 210 que se desprende desde abajo, como la estrella que guió a los magos.
(Publicado DN XII-06)
(Publicado DN XII-06)
jueves, diciembre 07, 2006
Perfecto

Escuché a un escritor que decía que es difícil ver una película perfecta, pero que sí es posible encontrar una novela casi perfecta. Le pregunté cual, por ejemplo, y me dijo que Herzog, de Saul Bellow. Siempre que se habla de algo bueno, pensé, hay un judío por medio. Fui a buscar la novela de Herzog y de paso comprarme unos calcetines de hilo en unos grandes almacenes y allí me encontré con un conocido al que yo había oído despotricar muchas veces contra esos almacenes, quien se apuró mucho al verme y me dijo que estaba allí por casualidad. Personalmente, le dije, no creo en las casualidades. Mientras buscaba Herzog entre los libros de bolsillo, pensé que alguien debería inventar un sistema que pitase cada vez que hacemos lo contrario de lo que decimos. Algo así nos permitiría progresar de verdad o al menos salir de una vez de dudas. Sería un sistema perfecto. Cuanto mayor fuera la incongruencia, entre lo que se predica y lo que se practica, mayor pitido. Personalmente estoy muy harto, me dije buscando a Herzog, de los grandes sermones y de las iniciativas piadosas que no comprometen a nada; de quien ensalza por ejemplo la escuela pública y luego lleva sus hijos a la privada, por no hablar de quienes exigen rotulación y notificación en euskera, pero lo hacen en un sonoro castellano, o quienes hemos visto oponerse a una obra pública y hacer negocio a su costa, rasgarse las vestiduras en unos casos y ser mas comprensivos en otros. Una novela perfecta, pensé sopesando ya el libro en la mano, debe reflejar la naturaleza humana, hecha de cosas rastreras, de personajes que hacen lo contrario de lo que dicen pero que a veces son capaces de buenos aciones y de esfuerzos heroicos. Una obra perfecta, pensé, refleja siempre una vida imperfecta, y esta intuición, lograda mientras bajaba por la escalera mecánica, me animó mucho. En casa deposité el libro sin abrir sobre la mesa, me quité los zapatos y me puse los calcetines de hilo como si fuera a acudir a una fiesta. Enseguida noté que me quedaban perfectos.
10 minutos
10 minutos
Xavier Sala y sus increíbles chaquetas nos han visitado estos días para advertirnos que tenemos un estado del bienestar y que ahora no podemos pagarlo. Eso lo sabe cualquiera. Lo difícil es saber hacia donde vamos. De momento, los médicos de atención primaria hacen una huelga para reivindicar diez minutos por paciente. 10 minutos es algo que el estado de bienestar se debería permitir. En Navarra siempre sacamos pecho con nuestro alto nivel de bienestar, pero al final no llegamos a los 10 minutos, igual que en Castilla La Mancha. Tal vez en Navarra, hayamos vivido ya el mejor momento y nos aguarde un futuro de nostalgia, viendo como nos adelantan. De momento nadie entiende muy bien el informe de Comptos, ni por qué ha dimitido el Director de Salud Pública. Dice que por la vacuna de la varicela, pero debe ser una excusa. Recuerdo que la varicela era una enfermedad leve, que salían granos y uno podía quedarse en casa tranquilo sin ir al cole. Un niño hoy en día, en pleno estado del bienestar, para ver si tiene 10 minutos libres debe mirar la agenda. Dicen que el tiempo lo es todo, pero en realidad no sabemos que hacer con él y nos afanamos continuamente para llenarlo. Mas de la mitad de la tierra deambula de aquí para allá a ver si cae algo, o trata de emigrar porque no tiene nada que hacer. Entre nosotros el gran problema va a ser mantener a la gente ocupada en algo, evitar que se sienta inútil y vacía. El tiempo se nos ha alargado y la longevidad no hace sino crear problemas sanitarios, aumentar el gasto en pensiones, las situaciones de dependencia. El futuro ya está aquí y consiste en que no podemos contar con 10 minutos para tratar de contarle al médico lo que nos pasa, mientras él mira con cara seria nuestros análisis, o contempla extasiado una radiografía, un TAC, o alguna mamografía de la paciente anterior, notando que algo no cuadra. De pronto tenemos el tiempo a nuestra disposición y enfermamos, volvemos con la receta a casa y 10 minutos a solas son entonces la eternidad.
Xavier Sala y sus increíbles chaquetas nos han visitado estos días para advertirnos que tenemos un estado del bienestar y que ahora no podemos pagarlo. Eso lo sabe cualquiera. Lo difícil es saber hacia donde vamos. De momento, los médicos de atención primaria hacen una huelga para reivindicar diez minutos por paciente. 10 minutos es algo que el estado de bienestar se debería permitir. En Navarra siempre sacamos pecho con nuestro alto nivel de bienestar, pero al final no llegamos a los 10 minutos, igual que en Castilla La Mancha. Tal vez en Navarra, hayamos vivido ya el mejor momento y nos aguarde un futuro de nostalgia, viendo como nos adelantan. De momento nadie entiende muy bien el informe de Comptos, ni por qué ha dimitido el Director de Salud Pública. Dice que por la vacuna de la varicela, pero debe ser una excusa. Recuerdo que la varicela era una enfermedad leve, que salían granos y uno podía quedarse en casa tranquilo sin ir al cole. Un niño hoy en día, en pleno estado del bienestar, para ver si tiene 10 minutos libres debe mirar la agenda. Dicen que el tiempo lo es todo, pero en realidad no sabemos que hacer con él y nos afanamos continuamente para llenarlo. Mas de la mitad de la tierra deambula de aquí para allá a ver si cae algo, o trata de emigrar porque no tiene nada que hacer. Entre nosotros el gran problema va a ser mantener a la gente ocupada en algo, evitar que se sienta inútil y vacía. El tiempo se nos ha alargado y la longevidad no hace sino crear problemas sanitarios, aumentar el gasto en pensiones, las situaciones de dependencia. El futuro ya está aquí y consiste en que no podemos contar con 10 minutos para tratar de contarle al médico lo que nos pasa, mientras él mira con cara seria nuestros análisis, o contempla extasiado una radiografía, un TAC, o alguna mamografía de la paciente anterior, notando que algo no cuadra. De pronto tenemos el tiempo a nuestra disposición y enfermamos, volvemos con la receta a casa y 10 minutos a solas son entonces la eternidad.
Globalización
globalizacion
Escuché a Francisco Jarauta, filósofo de la cultura, oficiando una conferencia en la capilla del Museo, como en una misa laica. ¿Cómo será la vida dentro de 25 años?, se preguntó ante el retablo dorado de la Iglesia, bajo la atenta mirada de los santos. A continuación sonrió, encogiéndose de hombros. Quien podría saberlo. Hace 25 años nadie podía prever el ordenador personal, internet, la proliferación del móvil (el móvil si que es un objeto de adoración que podía ocupar las hornacinas de los santos), ni esperar algo como la oveja Dolly, la Play Station 3, o la nueva Nintendo, que al parecer se puede manejar sin mando, lo que es una ventaja enorme para gente torpe o adulta, si ambas cosas no son lo mismo. Estas nuevas consolas, según precisó Jarauta, van a interesar igual a cualquier niño, sea de Japón o de Cizur, porque ser de Osaka o de Cizur, o incluso haber salido de una probeta, es ya una cosa bastante irrelevante, dado que lo que hacemos, comemos, vestimos, vemos, leemos y casi pensamos es parecido, y el futuro que nos aguarda nos va a uniformar más, nos va a mezclar a todos como en un cóctel, haciéndonos de ninguna parte y de todas. Se puede estar contra la globalización, como se puede estar contra la energía eléctrica, pero es dudoso convencer a una mayoría de que vuelva a la luz de la vela. Se puede querer permanecer en una concha, pero en algún momento habrá que salir a la intemperie, allí donde las grandes fuerzas de la técnica y el progreso, las tradiciones, los pueblos y las ideas se enfrentan y nos van llevando hacia un destino que nadie conoce. Se acabaron las sociedades homogéneas, las identidades cerradas, el valor de la escuela, la política y las explicaciones usuales. Bienvenido al mundo del futuro, al que miramos como quien mira una factura que no se entiende. En el altar de una iglesia el intelectual dibuja grandes preguntas en el aire y despliega sus palabras frente a un pequeño público. Ante el futuro, dice citando a Santayana, no soy optimista ni pesimista, soy tan solo un escéptico apasionado.
Escuché a Francisco Jarauta, filósofo de la cultura, oficiando una conferencia en la capilla del Museo, como en una misa laica. ¿Cómo será la vida dentro de 25 años?, se preguntó ante el retablo dorado de la Iglesia, bajo la atenta mirada de los santos. A continuación sonrió, encogiéndose de hombros. Quien podría saberlo. Hace 25 años nadie podía prever el ordenador personal, internet, la proliferación del móvil (el móvil si que es un objeto de adoración que podía ocupar las hornacinas de los santos), ni esperar algo como la oveja Dolly, la Play Station 3, o la nueva Nintendo, que al parecer se puede manejar sin mando, lo que es una ventaja enorme para gente torpe o adulta, si ambas cosas no son lo mismo. Estas nuevas consolas, según precisó Jarauta, van a interesar igual a cualquier niño, sea de Japón o de Cizur, porque ser de Osaka o de Cizur, o incluso haber salido de una probeta, es ya una cosa bastante irrelevante, dado que lo que hacemos, comemos, vestimos, vemos, leemos y casi pensamos es parecido, y el futuro que nos aguarda nos va a uniformar más, nos va a mezclar a todos como en un cóctel, haciéndonos de ninguna parte y de todas. Se puede estar contra la globalización, como se puede estar contra la energía eléctrica, pero es dudoso convencer a una mayoría de que vuelva a la luz de la vela. Se puede querer permanecer en una concha, pero en algún momento habrá que salir a la intemperie, allí donde las grandes fuerzas de la técnica y el progreso, las tradiciones, los pueblos y las ideas se enfrentan y nos van llevando hacia un destino que nadie conoce. Se acabaron las sociedades homogéneas, las identidades cerradas, el valor de la escuela, la política y las explicaciones usuales. Bienvenido al mundo del futuro, al que miramos como quien mira una factura que no se entiende. En el altar de una iglesia el intelectual dibuja grandes preguntas en el aire y despliega sus palabras frente a un pequeño público. Ante el futuro, dice citando a Santayana, no soy optimista ni pesimista, soy tan solo un escéptico apasionado.
lunes, octubre 30, 2006
Camisetas
Albert Rivera, candidato de Ciudadanos de Cataluña posó desnudo para el cartel electoral, como una metáfora de lo que acaba de nacer y marcó una tendencia. Se acabó el busto con corbata, el maquillaje y la cara de buena persona. Se acabó la hipocresía. Poco después, Carod Rovira apareció en los carteles afeitándose (que no cortándose la coleta) en un acto de campechana cotidianidad. Carod desnudo, en todo caso, no ganaría muchos votos. En cuanto a Montilla, el PSC acaba de sacar un video en el que aparece una lata de Montilla similar la de Nocilla, y con la música de leche, cacao, avellanas y azúcar, ¡Montilla!, nos hablan de rigor, trasparencia y alguna otra palabra hueca. El original, sin duda, era mejor. Montilla cumple ese refrán americano de que la mejor prueba de que cualquiera puede ser presidente, la tenemos en su Presidente, y ese debe ser el auténtico mensaje subliminal de PSC. En cuanto Mas, debería salir en algo parecido a mira quien baila, so pena de quedarse descolgado. Mira quien baila es perfecto, porque la cuestión estriba en buscar pareja y no pisarle el callo. Desconozco en estos momentos el cartel de Piqué. Casco obligatorio, tal vez. Oí por la radio a su número dos y me dejó impresionado. Estaba haciendo cola para entrar en el parking y vi un gran cartel del CDN, todos en camiseta. He aquí el "efecto ciutadans", me dije. En situación límite según las encuestas, el CDN ha decidido tomar la iniciativa. Los demás partidos deberían reaccionar ante la temible cita del 07, donde lanzaremos todos una moneda al aire. Puras, por ejemplo, a quien vi en la tele con cara de apretarle los zapatos, precisa con urgencia quitarse la corbata y lanzar su propia nocilla. Demos por sentado que va a ganar, pero algo más de entusiasmo, por favor. Si no, el candidato final acabará siendo el otro, el de la voz de su amo. En cuanto a Sanz, lo veo a lo Buzz Ligthyear en Toy Story, con rayo intergaláctico en la muñeca y sonido incorporado: hasta el infinito y más allá.
(Publicado en DN 30-X-06)
(Publicado en DN 30-X-06)
sábado, octubre 28, 2006
Feliz
El 90% de los navarros se declaró feliz en una encuesta, decía hace unos días este periódico y se notaba que ni el que escribía la noticia se lo creía. ¿Feliz? La felicidad es una cosa ruidosa y molesta que vemos por ejemplo cuando a alguien le toca la lotería de Navidad o cuando su equipo gana la liga. La felicidad siempre tiene algo de obsceno, de timo, de irrealidad, mientras que los males y los azotes de la vida, y la serena satisfacción por sobreponerse a ellos, aparecen con un halo de dignidad. La felicidad no es en absoluto la cuestión. Cuando uno es feliz, enseguida empieza a amargarse porque sabe que eso no va a durar mucho tiempo. La felicidad está bien cuando uno trata de capturarla, pero no cuando proclama a todo el mundo que la tiene, pues es frecuente que el feliz rompa a llorar inconsolable acto seguido. Hay, es cierto, un talento para la felicidad, como lo hay para ser cenizo, pero así como el hombre verdaderamente libre lo es dentro de una celda, al hombre feliz no le hace falta traje alguno, y todo el mundo anda buscando el traje del hombre feliz, como en el cuento. Feliz era el pastor de Teruel del que yo hablé hace poco, cuando rompía a cantar muy de mañana, comiéndose una chula de tocino, porque ser feliz es no tener nada ni desear nada, ser amado y vivir en paz y conforme con tu destino, y hoy no tenemos ya talento ni medios para eso. Ser feliz es ser un poco niño e incauto, y no estar bien informado, o acabar de llegar de lejos a un lugar como éste, donde a todo el mundo le sobra de todo y camina malhumorado por la calle. La felicidad es una expectativa demasiado alta para este mundo, y ahora que la bolsa está tan alta, por ejemplo, es feliz el que ve subir los valores pero mañana lamentará no haberlos vendido a tiempo. Soportar la vida es y será siempre el primer deber de todos los vivientes, dice Freud en sus lúcidas consideraciones sobre la actualidad de la guerra. Y la ilusión –añade- pierde todo valor cuando nos la estorba.
(Publicado en DN 23-X-06)
(Publicado en DN 23-X-06)
jueves, octubre 05, 2006
Poligamia
Las asociaciones de musulmanes de España han propuesto que se legalice el matrimonio polígamo, practicado ya de hecho por musulmanes españoles o residentes aquí. La poligamia, “como una opción más”, debe estar permitida, ha dicho el representante islámico, “por si alguien libremente quiere optar por él”. Me pregunto si ser la tercera esposa de un sujeto es una opción libre de una mujer, y si la ley haría bien al amparar esa situación. La poligamia es delito en España, y algo que no cuenta con ningún antecedente, pero es difícil que una vez hemos abierto la institución del matrimonio, hasta ahora monógama y heterosexual, a otros supuestos, podamos poner ahora puertas al campo. El código habla de cónyuges, sin exigir su sexo, y sin explicitar su número, podría alegarse hábilmente por las asociaciones musulmanas, un poco vacilantes en la defensa de otras libertades, pero bien dispuestas a defender ésta, planteándola como una consecuencia más de la ampliación de derechos para todos y un fruto del necesario respeto a las peculiaridades culturales. La poligamia, en todo caso, más allá del debate de fondo, presenta muchas cuestiones de orden práctico. Me pregunto si todas las cónyuges de un hombre tendrán derecho a la seguridad social y contarán con expectativas hereditarias, o podrán todas pedir el divorcio a la vez. Si un inmigrante polígamo pidiera la reunificación familiar ¿cuantas mujeres y cuántos hijos podría traer de su país? ¿Y el permiso por parto y la lactancia paterna? No quisiera ser frívolo con todo esto, porque no está el horno para bollos, pero soy escéptico. Para ser polígamo hace falta mucho dinero y yo no veo a los emigrantes del Magreb tan sobrados como para comprar una casa con nosecuantos dormitorios. Me temo que en esto, como en tantas cosas, los musulmanes acabarán resignándose a nuestra cultura, donde impera la monogamia sucesiva, es decir, donde es posible para el hombre -y también para la mujer- tener varias parejas en la vida, pero nunca de forma simultanea.
(Publicado en DN, 25-9-06)
(Publicado en DN, 25-9-06)
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