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El psicoanalista Jacques Lacan |
Pedaleando, he escuchado un podcast sobre el semanario XX de Lacan,
Encore, en que habla del amor, que es el primer seminario con que me batí, hace mucho tiempo y me he preguntado cual es la enseñanza que puede sacarse de Lacan en estos momentos. Lo primero que me viene a la cabeza es la palabra
abandono. Este no es momento de abandonarse, de dejarse llevar, de perderse. Es momento de mantener el deseo, de doblar la apuesta, de seguir haciendo
lo que hay que hacer, aunque haya que hacerlo de otra manera. Más que nunca se trata de plantar cara a esa tendencia autodestructiva que nos habita, que despierta de pronto y nos pide abandonar. Esa pulsión malsana que nos enferma, la deriva a la que llamamos tristeza, depresión, dificultad. Eso que no anda. A Lacan le llamaba la atención cómo los hombre se abandonan y son fácil presa de espejismos, van detrás de señuelos, persiguen lo que no deben; la facilidad con la que logran que su vida se desperdicie. Pudiendo vivir bien, optamos por hacerlo mal. Pero ¿por qué me empeñé en aquello? ¿Cómo es que dediqué tanto tiempo a lograr esto que ya no quiero? ¿Porqué, no hablé nunca? ¿Por qué no planté cara?, son las preguntas que se hacen demasiado tarde. Es cada uno quien se boicotea a sí mismo, quien pudiendo cambiar persiste en lo mismo, en la repetición, en la queja y en no querer saber. Para muchos hombres, venía a decir Lacan, la vida se juega sin ningún interés, y el poco de realidad que encuentran al final no afirma otra cosa sino haber sido decepcionado.
En este
no abandonarse, pues, está en juego el poder dotar a nuestra vida de dignidad, creer que vale la pena, perseguir algo, saber de uno mismo -un saber que no entrega fácilmente, decía Lacan- y del mundo, porque por mucho que a veces ese saber sea decepcionante, mucho peor es la ignorancia que nos hace vivir ciegos, a expensas de los demás, llevados por la corriente
La segunda cosa que me remite a Lacan en estos momentos es la palabra
angustia: eso que puede aparecer en estos momentos de desasimiento, de no saber que puede ocurrir, en que vivimos con la amenaza de algo que no controlamos,
ante lo que la ciencia, las instituciones médicas, la política, todos los emblemas del saber y el poder, como un padre de pronto débil, no son suficientes, no nos dan garantía. La angustia para Lacan, sin embargo, tiene siempre algo positivo, no miente -donde hay angustia hay verdad, escribió-, es una puerta que se abre; por eso no debe ser rápidamente callada, medicada, respondida, tranquilizada, ni cabe atribuirle de inmediato un sentido. Se trata más bien de aprovechar la oportunidad que nos brinda de que pueda surgir algo nuevo.
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