jueves, abril 23, 2020

Diario de un confinamiento XXIX. Día del libro.


Hoy es el día del libro. Estos días me han llegado mensajes agónicos de librerías que cierran y editores que no pueden seguir adelante. No es que no ingrese nada, me cuenta un editor, sino que debo seguir pagando trabajos de imprenta, alquileres y gastos. Una ruina. Dejó hace tiempo su trabajo para embarcarse en la edición y ahora lo lamenta. Si ya era duro seguir con un negocio de libros antes, ahora es heroico. La gente está encerrada en casa, dice estar harta de las noticias, de la pelea política, no quiere saber nada porque le deprime o le hastía, pero no sé si lee. Quizás leer sea la última opción. Tal vez con Netflix ya no da tiempo. Por todas partes hay ofertas para entretenerse: Ópera en abierto, visita al Hermitage por video, parchís a distancia etc. El día ya no da para todo y a la vez transcurre morosamente, se desliza como un lenta serpiente, todo da pereza. Por no hablar del móvil que no para. La mayoría de las cosas ni las abro, pero me llegó el testimonio de un amigo cuya madre está ingresada en una residencia y hacía temblar. No se permiten visitas, no saben mucho de ella, pero la UME ya ha estado dos veces trasladando a los ancianos que pueden estar infectados -no se sabe en realidad- del resto. También la UME, leo, ha estado en el Palacio de Hielo de Madrid, convertida en morgue gigante, velando a los muertos pues sus familiares no podían hacerlo. Esto sí que es dignificar el uniforme. Todo este drama transcurre en un extraño silencio. Sin aspavientos, sin rebeliones, sin lágrimas a la vista.
Al mediodía doy la vuelta a la manzana con T y el pan debajo del brazo. En la avenida han puesto un control de la policía municipal que detiene a los coches a ver a donde van. Nosotros seguimos adelante. También T tiene pereza, toma notas, querría escribir algo sobre la ciudad, pero no le sale. También siente pereza. Es difícil tener repercusión. Le digo que si uno depende de eso, está perdido, no haría nada. Luego recuerda el libro de Oscar Tusquets que habla de cómo incluso las partes de una edificio que no se ven están a veces trabajadas, o como algunas estatuas de Miguel Ángel están esculpidas en su parte posterior, aunque no pueda apreciarse por el observador. Aunque nadie lo vea, Dios lo ve, es la explicación. Aunque nadie parezca responder, hay que hacerlo por uno mismo. Terminar la tarea da una gran satisfacción. A veces cuando no se busca algo es cuando aparece.

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