lunes, abril 13, 2020

Diario de un confinamiento XXII.

Rio Manzanares. Madrid
Oigo los pájaros por la mañana. Van ganando potencia, como si se crecieran al ver que no tienen rival. Hay quien dice que habla con los pájaros. Francisco, el monje de Asís, se entendía con ellos, e hizo a un chico soltar a unas alondras que llevaba.  Russomano, un musicólogo italiano, se hace la pregunta de por qué cantan los pájaros, que no es fácil de responder y dice que según se ha comprobado, aparte de motivos de celo o territoriales, a veces lo hacen por puro placer. (Platón decía que cantaban porque eran felices). Según parece, cuando no tienen una finalidad su canto es  distinto. Es decir, que disfrutan cantando, que lo hacen por amor al arte. Quizás les guste entonces ser escuchados.  A veces, cuando oímos el gorjeo imparable  de un  pájaro enjaulado  sentimos que nos está dando un concierto.  Pocas imágenes para este confinamiento como las un pájaro en su jaula. Somos pájaros dentro de una jaula, confinados, dando saltitos de aquí para allá en la estrechez de la cárcel, sin poder posarnos, trinando, picoteando alpiste, mirando de reojo el mundo de fuera. Oír el canto de los pájaros desde nuestra jaula es algo hermosos y a la vez melancólico. En aquel romance que leíamos de niños se hablaba de un prisionero triste y cuitado porque que ya no oía a una avecilla que le cantaba al albor. Matómela un ballestero, se quejaba agriamente. Recuerdo que Aldecoa escribió un cuento llamado Chico de Madrid, que habla de un muchacho solitario, casi un mendigo, que transita por la ribera del Manzanares, allí donde la ciudad desaparece, en los límites entonces -son los años 50- de la ciudad, a las puertas del campo y el cuento comienza hablando  de gorriones, y luego va nombrando otros bichos: ratas, lagartijas,  grillos, y la forma particular que tiene el chico de cazarlos.  Eso me hizo recordar que ya se ven muy pocos gorriones, que casi han desaparecido, quizás hayan tenido su virus particular o les hemos hecho la vida imposible. Chico de Madrid es un cuento triste, pero al menos este muchacho es libre, va donde quiere, a su aire, sin importarle nada, rebelde, dueño de si mismo, hasta feliz a ratos, no como un pájaro enjaulado. 

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