martes, abril 14, 2020

Diario de un confinamiento XXIII. Barbijo


Hemos encargado mascarillas en una página de internet y en el enlace que nos han mandado con la ruta que sigue el envío comprobamos que vienen de China. Debe ser la nueva ruta de la seda. Ya están en Vitoria. Hemos visto aviones llegando con mascarillas, costureras haciendo mascarillas, empresas donando mascarillas, desalmados robando mascarillas, pero no hay mascarillas. Hace falta enchufe para hacerse con ellas.
 “Las mascarillas no son necesarias”, se nos dijo machaconamente en marzo por el gobierno. Era, desde luego, una evidencia fundada en estrictos criterios científicos. No solo no eran necesarias, sino que eran una forma de crear alarma. Luego se decretó el estado de alarma. En realidad, no había mascarillas suficientes ni para todo el personal sanitario, como para andar repartiendo a cualquiera. No hacía falta mascarillas, asumimos. Pero pronto la cosa no estuvo tan clara. El móvil se llenó de mensajes con la advertencia de que había que usarlas. Solo con test rápidos y mascarillas se podía enfrentar al virus con eficacia. A veces, en este largo asunto del virus, radio macuto va por delante. Eran los ejemplos de Corea, de Austria, de Singapur.  “Hay que elegir un buen barbijo”, nos llegaba desde Argentina, inclusive. Conforme nos adentramos en abril al buen entendedor ya no le hacían falta más palabras.  Desde la ventana he visto como día a día, en la fila de la compra, iba aumentando la gente con mascarillas de modelos distintos, como sutiles diferencias sociales.  Hoy son amplía mayoría. Gente embozada. Imágenes reservadas antes solo a orientales. Mujeres tapadas con un cierto toque islámico. Falsos atracadores.
Ha pasado un mes y desde hoy, 14 de abril, ya se reparten mascarillas en las paradas de autobús, en las industrias, las estaciones y los  centros comerciales a los que han vuelto a trabajar, al permitirse ya las actividades no esenciales. La mascarilla es algo que se da ya por descontado. Ir sin mascarilla pronto creará alarma. Aunque ponérsela también tiene su cosa. La red se ha llenado de vídeos sobre cómo hacerlo con garantías. Recuerda a aquella campaña del preservativo: póntelo, pónselo, cuando vivíamos despreocupados y felices y protegerse quería decir otra cosa.
He pensado recorrer las paradas de bus o ir al hiper para hacerme con un barbijo, pero al final me he quedado en casa esperando al timbre.

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