jueves, abril 09, 2020

Diario de un confinamiento XX. Luna de perigeo.

Como sigo con acúfenos me he bajado una aplicación que tiene sonidos ambiente, de la naturaleza sobre todo: el sonido del mar, el bosque, las burbujas del agua y me he puesto en los cascos un sonido de lluvia y fuego. Funciona. Es un sonido que hace cesar el otro, el del zumbido que me persigue. Ahora es como estar junto al fuego en una tarde de lluvia. Oigo caer las gotas y, como hoy también llueve en la calle, no sé si el sonido es el de fuera, es el que escucho por el móvil o proviene de mi propia cabeza. Es como estar un poco bebido. Tal vez el acúfeno, he pensado, tenga que ver con este largo encierro, sea una protesta del cuerpo confinado, harto de lo mismo. Un grito interior. Este encierro hace mella. Hace un rato me ha llamado un amigo que ha decidido jubilarse. Quería seguir un año más, pero la situación le ha hecho tirar la toalla. Esta mañana, cuando he bajado a por el pan, me he encontrado con T que también estaba desanimado, harto de seguir preso, sin horizonte, dispuesto a echar la persiana a su trabajo; no tiene encargos, nada se mueve. Quien trabaja por su cuenta, sin apoyo, no encuentra fuerzas para seguir. Este virus está siendo letal con los viejos, y desanima mucho a los menos viejos. Sigue lloviendo fuera, lo que crea una cacofonía inédita con lo que escucho por los cascos. Acaba de oírse un ligero trueno y no sabría ubicarlo. He mirado por la ventana, pero apenas se distingue si cae o no agua. No se ve a nadie. La tarde se apaga. Dicen que esta noche habrá una gran luna rosa, porque ahora es el momento en que la tierra está más cerca de la luna. Perigeo, se llama. La luna, en su trayectoria elíptica, he leído, estará unos 50.000 km más cerca de la tierra, lo que en términos siderales no es mucho, pero se nota. En términos siderales este tiempo de confinamiento no es nada, pero eso no me consuela. El perigeo es esta noche y la luna llena el miércoles. Cuando esté más distante será el apogeo. Recuerdo que otros años este fenómeno nos pillaba en Hendaya y que, sobre todo una vez, al anochecer, vimos de pronto una luna enorme y brillante sobre el mar, justo encima del agua, como si emergiera de ella, en la que se advertían los montes y cráteres. Era algo hipnótico y a la vez amenazante, como un gran asteroide que estuviera a punto de chocar con la tierra.
He visto que esta luna rosa no es en realidad rosa, se llama así por unas flores que nacen por esta época. Es la luna de primavera, la luna de Pascua. La que determina cuando se celebra la Semana Santa, para que cuente con el simbolismo en los cielos. La habían anunciado para las 8,10, pero el cielo a esa hora estaba muy nublado y no se veía nada. Luego, hacia las 11, se ha abierto por fin y ha parecido una gran luna esférica y amarillenta. Las manchas oscuras parecían bozo sobre una cara.  No era una luna como aquella de Hendaya que parecía surgida del mar, pero sí grande y brillante, y se asomaba entre dos nubes que la escoltaban. Me ha recordado a cuando después de ir a tientas se abre por fin la niebla en el monte y se descubre el paisaje. Es como ver las cosas claras. Me hubiera gustado mirar con los prismáticos esta luna pascual, la que preside los relatos de cada años sobre el paso del mar rojo, la muerte y resurrección del Cristo, pero los tengo en el coche. Al rato, además, el cielo se ha vuelto a cubrir.

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