domingo, abril 26, 2020

Diario de un confinamiento XXX. Niños.


Hoy salen los niños. Desde la mañana he oído sus voces en la calle mezcladas con el canto de los pájaros que parecían más alegres. Al principio eran unos cuantos, pero enseguida han sido más, se veían grupos de padres e hijos yendo hacia la Vuelta del Castillo, excitados, un poco incrédulos ante lo que estaba haciendo después de tantos días, contenidos como el que sale de la cárcel y mira de pronto alrededor con asombro. De momento nadie ha dado una patada a un balón ni se ha lanzado en bici por su cuenta. Un niño ha pasado en difícil equilibrio sobre los patines, como si se le hubiera olvidado deslizarse.  Hoy que han salido los niños, de pronto hay muchos menos perros. Las familias de la mano cruzan el paso de cebra y luego se pierden tras los árboles, pero sus voces se siguen oyendo mientras se alejan. La salida de los niños es la prueba de que la vida sigue.

Puede que, en unos días, el sábado, podamos salir también nosotros a pasear. Después de tantos días lo necesito. Escribir en el encierro me ha agotado. Ha sido como sacar agua de un pozo que cada vez estaba más profundo. Estos último días me encontraba más torpe e inquieto, y cuando quería parar mi cabeza intentaba escribir algo por su cuenta. No aceptaba un descanso, como un ciclista que teme perder su forma.
 Si es posible me gustaría ir el sábado o el domino hasta Zuasti, donde comencé esta crónica del confinamiento. También ese día había padres con niños, bicicletas y una cometa que se resistía a volar. Entonces todo estaba por ver, no sabíamos lo que se nos venía encima, lo que tendría todavía que escribir en este cuaderno. Desde ese día los niños se quedaron en casa. Sus voces se dejaron ya de oír en la calle, como en un cuento de terror.

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