Después de una mañana de líos y números salgo a por el pan y a la vuelta me refugio con T bajo el porche de la Iglesia de la lluvia que cae furiosa. Los dos embozados, con mascarilla, apostados bajo el alero, parecemos forajidos. Con el tiempo recordaremos estos paseos furtivos, me dice. Si, asiento, deberíamos sacarnos una foto para la posteridad. Pat Garrert y Billy the kid. Pasa un tercer enmascarado con una gabardina larga. Es una mujer que se para y nos saluda, como si nos conociera. No la reconozco, pero no digo nada. Dice que cuando acabe el confinamiento tirará la gabardina a la basura. Debe ser médico, o enfermera, explica que las cosas allí van mejor, que tiene muchos menos ingresos, que no hay problema en las UVI. Luego habla de los test PCR y de las pegas que pone el gobierno para que se hagan. No le gusta que alguien haga algo por su cuenta, y menos si tiene éxito. Como el perro del hortelano dice T, ni come ni deja comer. La vemos irse.
Bajo los soportales de la iglesia, con el pan en la mano, como si lleváramos una ofrenda, no sabemos de pronto qué decir. El silencio lo llena el tamborilear de las gotas sobre los coches aparcados. Parece que esta primavera rara no para de llover. Al rato le cuento que con las cuatro cosas que he hecho esta mañana, tengo suficiente. Que ya he hecho el día. Que a la tarde voy a descansar. Igual la vida es más sencilla que los que pensamos, dice él. Tal vez esa sea la lección de estos días, pienso. Conformarse con menos. Disfrutar lo que se pueda. Puede que hasta ahora estuviéramos tan ocupados que no habíamos caído en cuenta. La verdad es que la idea de poder por fin pasear este sábado me basta. No me iría al otro lado del mundo. No quisiera encadenarme a las cosas. Puedo moverme en un radio de un km y he visto en la aplicación hasta donde puedo llegar. La vida puede ser más sencilla de lo que pensamos, sí. Tal vez mucha gente llegue a esta conclusión y cambie. A diferencia de tantas cosas, eso es algo que está en su mano.
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